lunes, 11 de junio de 2018

Se llamaba nunca

Me había repetido que nunca estaríamos juntos, que no había sentimiento que pudiera conducirla hasta mi boca. Y lo cierto es que lo decía de verdad. Dejé de intentarlo y me conformé con verla del mismo modo en que se miran esas fotos donde aparecen playas de ensueño, paraísos que tu bolsillo no se puede permitir. Pero una noche en que la cordura andaba despistada, tras una cena con amigos y más alcohol del debido, su lengua dibujó una interrogación sobre la mía minutos antes de dejarme entrar sin pasaporte bajo su ropa. Esa noche, crecido entre las mantas, pensé que hay milagros que suceden un viernes cualquiera, que lo más grande también está a la vuelta de la esquina. Pero el destino vuelve a poner todo en su lugar y el mío no era junto a ella. A la mañana siguiente lamentó lo ocurrido. Me dejó hundido, como un niño al que se le escapa un globo de las manos. En ese momento tuve un segundo de lucidez para pensar en lo diferente que es cerrar una puesta para uno y para otro. Ella se iría pensando en lo que fuera, con alfo de resaca y poco más que una punzada de arrepentimiento por lo sucedido. No era cruel, no, simplemente no me amaba. Yo me quedaría clavado allí, durante mucho tiempo, frotando las sábanas de la memoria, preguntándome cómo diablos se consigue arrancar un recuerdo. Y ya ves, aún estoy en ello.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.