miércoles, 11 de mayo de 2022

Derecho y obligación a ser felices

 Con tantas horas que paso en cama esta semana, me ha dado tiempo para pensar y es lo peor que existe. Dudas que no se quedan en mí, afortunadamente. Y desafortunadamente para el otro puesto que se lo pregunto. Hoy le he dicho a Javi que si en algún momento ha cambiado de opinión sobre lo nuestro, o algún tipo de dudas, o pensar incluso "qué decepción, no esperaba esto". A veces pasa. Nunca terminamos de conocer a las personas y puedes levantarte un día y decir "¿dónde me he metido?". 

Hay procesos que en la vida ocurren varias veces. Y está mal, pero tendemos a comparar. Conocer mucho del pasado del otro está bien, pero a veces, sin querer, extrapolas, comparas  y sacas conclusiones casi siempre erróneas. Pero que en días que solo toca recuperarte de la maldita fiebre pues te dan por culito un rato.

Javi dice que tengo preguntas raras, inesperadas y creo que en su más profundo interior piensa (y esto es cosa mía) que son mal intencionadas, pero nada más lejos de la realidad. No tengo intenciones. Haré daño o no, pero no soy de las que se paran a pensar en las consecuencias de mis actos, y no me estoy justificando, narro lo que hay. En la vida de Javi, soy la segunda, en todo. Segunda relación estable, segunda posible madre de sus hijos, segunda con quien comparte una casa, segunda, segunda, segunda... Hay muy pocas primeras veces. Pocas ocasiones en las que seamos primerizos ambos. Y las cosas van así, nos guste o no, la primera vez todo emociona, te crea miedo, expectativas, ilusión, no sé... Lo que trae lo nuevo, vaya. 

De segundas... Es otro tema. Ya conoces de qué va todo, ya has pasado por ahí de una manera u otra. Tiendes, lo que he dicho antes, a comparar lo bueno y lo malo. Dejas que ese momento que debería ser único de inunde de experiencia. Y para mí, a veces es difícil, puesto que mi relación ya empieza con un escalón más, una experiencia, una previa, una comparación... Y lo noto. Lo que para mí es todo precaución, cuidado, delicadeza e incluso mágico y bonito, pues no siento que sea igual para el resto. Eso me desilusiona un poco. Solo un poco. Porque, gracias a Dios, cada día soy un poco más egoísta. Está feo decirlo, pero más feo es serlo y no reconocerlo. Al final, quien cuenta es uno mismo. Lo que vive, lo que siente, lo que escribe cada día en su propia historia, y todos los demás, por muy importantes que sean, están de paso, están ahí para acompañarnos. Pero nadie vive por ti, nadie siente como tú, nadie se preocupa por exactamente tus preocupaciones. Y no es una crítica, está bien, así debe ser.

Hace poco lo hablé con mi tía Maribel. Somos infinitamente diferentes. Ella vive por y para la psicología y yo soy todo lo opuesto, me parece un negocio que no ayuda a nadie. Ella tuvo el mismo proceso que yo. Todo lo que hacía, quería el reconocimiento de sus padres, el de su marido, el de su jefe o compañeros. Tras mucho trabajo personal, ahora trabaja para ella. Sus logros son suyos, sus esfuerzos, sus errores y fracasos, todo, es para ella. Y a los demás, simplemente les informa, si es que surge el caso. No pide opiniones, es más, no las quiere. No necesita a nadie, no se compara con nadie y lo que digan los demás, está demás. Me dijo que había sido un trabajo largo y duro. Pero lo que a cada uno nos hace ilusión o nos da pena, solo nos lo hace a nosotros. No podemos esperar que ese mismo sentimiento se extienda a alguien de fuera, incluyendo a familiares o parejas. La vida de cada uno debe ser celebrado por uno mismo.

Y tiene más razón que un santo. Desde que la escuché, supe que tenía razón, me pareció lógico. Y dejé de pensar en nadie. Busco nuevos trabajos y no son de lo mío, y no me importa nada de lo que opine nadie. Mis decisiones, acertadas o no, son solo mías. Y nadie, absolutamente nadie, tiene el valor ético de cuestionar o juzgar, ni apremiar si me pones el ejemplo. La otra persona debería estar, con eso es suficiente. Pero hasta ahí.

Ayer sí que tuve un pequeño... cuestionamiento interno, y lo escribo porque así lo siento, pero es verdad, que por suerte me duran poco. En ello veo como crezco como persona, como voy madurando y como voy solucionando lo que se pueden llamar inseguridades, supongo. O miedo a la comparativa y salir perdiendo, pero es que si me pregunto a mí misma. Siempre voy a salir ganando porque, además, cuento con mi forma de ser, no doy un paso sin pensarlo bien, no hago nada al azar, es verdad que no pienso en las consecuencias porque sino estaría dando mil vueltas a todo, pero pienso en el equilibrio de lo que quiero hacer y lo que debo y de ahí... ejecuto. Sin buscar, como dice mi tía la aprobación de nadie, esos son límites que nosotros solos nos ponemos, cuando somos libres para vivir la vida que nos de la gana. Porque tenemos el derecho y la obligación de ser felices por y para nosotros.



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