martes, 10 de mayo de 2022

Maya

 ¡Yo! La que no entendía porque la gente lloraba por un perro. ¡Un perro! ¡Un animal! La persona menos animalista del planeta, que no desea el mal a ningún animal pero que también le es bastante indiferente. Pues Maya me ha cambiado. Maya me ha dado un amor que nunca había entendido, una compañía que jamás podría comparar con ninguna otra. Se ha convertido en mi todo. No es que forme parte de mi vida, es como una extensión de mí. Donde voy, ella me sigue. Una mirada para saber que ahí estamos, juntas. Es algo bonito, nuestro, íntimo. Además tiene mi carácter. No te puedes fiar mucho de su carita de peluche, cuando menos te lo esperas te lanza un bocado como no le guste lo que la estás haciendo.



Es un amor de perra que adora a los otros perritos. No puedo decir lo mismo de los humanos (concretamente niños y hombres). Ella es muy suya, con mucha personalidad. Con lo chica que es, lo que aprende cada día, siete meses de puro amor, de sentimientos que tenía por conocer, de enamorarme de esos ojos negros que tiene, de esa cara de peluche que tiene. 


Y, en el día a día, son cosas que pasan desapercibidas, pero desde antes de ayer que mi fiebre no baja de 39º, no se ha separado ni un centímetro de mí. Busca mi refugio en la cama. Se viene a mi habitación y no me deja ni a sol ni a sombra. Lo huele, lo siente. Nota que algo no va como siempre. Anoche se asustó, lloraba, dejó de comer. Para mí es algo totalmente desconocido. Y tengo que reconocer que con ella al lado me siento mejor, más tranquila, necesito escucharla cada noche como duerme. La necesito siempre cerca. Es perrústica, y el la más bella del lugar.



Sígueme cuidando hoy y siempre.

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