Estás preciosa.
Tan preciosa como te vi el primer día y supe que esa chica iba a traerme los problemas más bonitos (y jodidos) de mi vida. Tan preciosa como siempre, como cada día que he pasado a tu lado. Tan preciosa como cada vez que no te lo he dicho.
Te veo sonreír con tus amigas, aunque sé que por dentro te estás rompiendo. Siempre he sabido descifrarte, y esa es una de las cosas que más has valorado (u odiado, nunca me ha quedado claro) de mí: la frustración de no poder mentirme ni disimularme como sabes hacer con el resto, incluso con las personas que más te quieren en este mundo, con tus amigos o tu familia.
Pero lo que decía, que hoy estás preciosa. Especialmente preciosa. Tan preciosa que sólo puedo pensar cómo voy a echar de menos a esa chica que ya no voy a ver más.
Giras la cabeza y sonríes al verme. ¿Cuántas veces ha pasado eso en este tiempo? Yo a solas, y giras la cabeza y me encuentras. Y me salvas. Y nos salvamos.
Me pregunto cómo será tener que salvarnos solos. Me pregunto si sabremos. Y me pregunto si tendremos aire para poder hacerlo.
Giras la cabeza, y sonríes al verme. Pero no es la misma sonrisa de tantas veces.
No es esa sonrisa feliz del principio, ni la irónica que me ponías cuando nos metíamos de lleno en una de nuestras conversaciones sarcásticas, ni esa tan atrayente justo antes de gastarnos la piel. Es una sonrisa de quien quiere parecer fuerte. Y quien lleva demasiado tiempo cansada de aparentarlo.
Imagino que ninguno de los dos estaba seguro de si íbamos a ver al otro esta noche, pero aquí estamos. Ha sido uno de nuestros peores vicios y a la vez una de nuestras más benditas virtudes: tú y yo siempre acabamos encontrándonos.
- Hola –sonríes.
Y asiento. No podríamos haber tenido un peor principio a este final: corriente y típico. Justo de lo que siempre huimos.
- Vale, sé lo que estás pensando, pero la guerra ha acabado ¿No?
De nuevo esa sonrisa. Y aunque sé que lo has dicho para romper el hielo, no me puede devastar más la frase. La guerra ha acabado. Nuestra eterna guerra, nuestros tanques en la calle y nuestros edificios derrumbados. Las ruinas que nos besábamos. El mundo entero hecho un caos a nuestros pies y nosotros amándonos encima.
- Supongo que sí –acierto a decir.
- Míralo por el lado bueno, al final hemos durado más de lo que pensábamos. Yo no me daba contigo más que un par de noches.
- Si me lo hubieras dicho desde el principio hubiera sido mucho más fácil, que por no decirte que no, seguimos, seguimos, y al final ya ves –bromeo sin sonreír.
- Idiota –sonríes, golpeándome en el brazo.
- ¿Por qué estás aquí?
Te encoges de hombros, sonriendo.
- Porque lo estás tú, supongo. ¿Acaso no es eso lo que hacemos siempre? Ir cuando el otro no quiere y rechazarlo si nos lo pide. Llamarnos cuando el teléfono no suena y no responder cuando sí. Subir cuando el otro baja y al revés.
Sonrío, sin contestar. Tienes toda la razón.
- ¿Alguna vez te has alegrado de verme triste? -Preguntas, pero con esa misma sonrisa. Con los ojos brillando. Como quien sabe que es la última vez y no piensa dejarse nada en el tintero- Ya sabes, no digo que te haya alegrado verme sufrir, pero al saber que estaba mal por ti… como que en ese momento concreto uno sabe que tiene la sartén por el mango o algo parecido ¿No?
- Nunca me ha alegrado tu tristeza.
- A mí sí la tuya –dices rotundamente. Venganza por cada vez que fui yo, imagino.
Asiento.
- Mil lágrimas tuyas por cada una mía. Eso solía decirme.
No contesto.
- Chico guapo, ¿Lo hacemos sin que duela?
- ¿Acaso nosotros sabemos hacerlo de esa manera?
Y una sonrisa espontánea y triste te brota sola.
- Estás muy guapo esta noche –dices, colocándome el cuello de la camisa. ¿Sabes? El otro día leí que se suele pensar en la persona que quieres unas treinta y cinco veces al día.
- ¿Y qué quieres decir con eso?
- …Que la gente debe quererse muy poco –sonríes, dejándome por fin el cuello de la camisa quieto, y a pesar de que terminas, tu mano se queda en mi pecho, como si supiera que es la última vez que lo va a tocar- A lo mejor en un mundo paralelo nos ha salido bien la historia.
- En un mundo paralelo nos odiaremos a muerte –bromeo.
- Bueno, eso ya lo hacemos en este algunas veces…
Y los dos sonreímos.
- ¿Por qué no nos quedamos en el sexo sin ataduras del principio?
- ¿Y no complicarnos la vida? Vamos.
Y suena tu risa.
- Supongo que sí. ¿Sabes? Algunas veces pienso que esos fueron los mejores momentos. No había sentimientos, ni celos, ni dolor… sólo distracción y bienestar.
- ¿Y otras?
- …Otras pienso que no cambio por absolutamente nada todo lo que me has hecho sentir. Eso sentimientos tan pasionales. Tan frenéticos. Tan viscerales. Y hubo otros chicos antes, eh.
- No hace falta que me lo recuerdes.
Ríes de nuevo.
- A mí tampoco me ha hecho nunca demasiada gracia por tu parte, no sé si alguna vez te diste cuenta.
- Sí, entre gritos, acusaciones y celos algo sospeché.
Y sonríes.
- ¿Estás bien?
- Claro –sonrío. Se trata solamente de hacerme ver que tampoco es para tanto, que hay cosas peores, que todo acaba tarde o temprano.
Sonríes, mientras me escuchas.
- …Y repetírmelo una y otra vez. Cada día. Y así hasta que me lo crea.
Y sonríes de nuevo.
- ¿Puedo hacerte una última pregunta?
Y la sangre se me hiela al oír la palabra “última”.
Asiento, sin decir nada.
- ¿Volverías a hacerlo? ¿Volverías a conocerme, a vivir todo lo vivido, a pasar por cada cosa… incluso sabiendo el final?
Te miro a los ojos, que cada vez te brillan más. Y los míos también. Dios, esto me está reventando por dentro.
- …Cada día de mi vida –te digo, firme y contundente. Uno detrás de otro, y así hasta el último. Repetiría eternamente cada uno de esos pasos, porque cada uno de ellos me llevaron hasta a ti. Incluso sabiendo el final.
Y aunque sigues sonriendo, las lágrimas que tanto tiempo llevaban aguantando el equilibrio entre tus pestañas comienzan a resbalarte por la mejilla.
- Bueno, tampoco es para tanto –dices. Se trata solamente de hacerme ver que eso, que hay cosas peores, que todo acaba tarde o temprano.
Tus ojos se clavan en los míos.
- ….y repetírmelo una y otra vez. Cada día. Y así hasta que me lo crea –dices en un susurro, con esas lágrimas en tu rostro, y sin quitar esa sonrisa. Esa sonrisa que me hizo comprender que podía (y sabía) querer mucho más de lo que pensaba. Esa sonrisa que me hizo sentir invencible, y a la vez tan vulnerable. La sonrisa más pura, sencilla y bonita que he visto jamás.
Y se va, como te estás yendo tú en este momento
- …Hasta luego –te digo.
No sé si lo has oído. Tal vez sea mejor así. La guerra ha acabado. Terminaron los enfados, las incomprensiones, los celos tontos y los malestares. Terminaron las acusaciones, los miedos, el estar mal y el pensar cien mil veces a la semana que esto es imposible lo mires por donde lo mires.
…Terminó el sentir que éramos invencibles, la pasión, la visceralidad y el querernos tanto, de una manera tan salvaje, tan instintiva, que quizás nunca lo hicimos del todo bien.
O quizás sí, no lo sé. Quién sabe. Quién puede saberlo.
La guerra ha acabado.
Espero que te traten bien las siguientes batallas. Espero que sepas pelearlas y, por Dios, espero que las ganes. Que las ganes, te sitúes en la cima más alta y el mundo entero te admire como vencedora.
Si lo piensas bien, tampoco es para tanto.
Se trata solamente de hacernos ver que eso, que hay cosas peores, que todo acaba tarde o temprano.
…Y así hasta que nos lo creamos.