viernes, 10 de noviembre de 2017

Mi chica revolucionaria

Mi chica revolucionaria 
tiene casi treinta y cinco,
habla dos idiomas,
es diplomada,
licenciada,
experta
y odia el pescado crudo.
Es la más pequeña de cuatro,
tiene dos gatas,
un Astra,
tres sobrinos,
sale a correr en ayunas
y baila tres días por semana.

Tuvo un novio hijo de puta
-fue entre los veinte y los veinticcinco-
y aún conserva invierno
de aquel viaje,
trozos de puzzle inservible
no apto para cardíacos,
y yo que soy arrítmico
he preferido conocer nunca
todos los detalles,

tal vez por esto
todos los hombres que vinieron después
nunca fueron novios, ni parejas, ni amantes:
fueron básicamente animales de compañía.
El miedo, el puto miedo.

De su infancia conozco poco
pero estoy seguro que pasaron cosas.
Un padre trabajador,
una madre obediente,
mayoría absoluta de mujeres
en una familia típica de los ochenta,
un barrio a las afuera de Madrid,
un corazón inexperto, 
dudas existenciales sobre la muerte de un insecto
y setenta y nueve maneras
de defender la lluvia.

Cuando canta desafina
pero me gusta,
cuando se enfada sin razones
la desactivo,
cuando se enciende
yo también prendo,
cuando no llora
yo pongo el charco,
cuando cocina
la como a besos,
cuando conduce
le meto mano,
cuando me chupa
la aprieto fuerte
y nos entendemos,
cuando se corre
es un seísmo sin escalas.

Ella es
sudor,
tornado,
hielo.
Ella es
jardín,
espejo, 
cielo.

Mi chica revolucionaria
tiene treinta y cinco,
se hace la dura,
va al baño por las mañanas
y me abraza sin tanques en los ojos.

Es enemiga de la injusticia,
diseña mapas,
invierte en tiempo,
me compra cosas
y a veces externaliza nuestros problemas.

Si se despierta de buen humor
hacemos fiesta,
pintamos cuadros,
llegamos tarde
y mandamos al infierno 
a los dictadores,
al sindicato,
a los polis malos,
a la alcaldesa,
a los aseguradores,
a los narcos,
a los notarios,
a las monjas robaniños,
a los curas tocaniños,
a los padres peganiños.

Mi chica revolucionaria
quiere apadrinar un burro,
tiene un perfume descatalogado,
una prima en Barcelona,
y el colesterol descompensado.

Yo me preocupo
cuando se va sola a casa y no me avisa,
cuando pasea por el borde de un acantilado,
cuando vuela con su nave a 140,
cuando está enferma y no se medica,
cuando me habla de manifestaciones,
de revoluciones,
de romperlo todo,
de marcharse de España...

Yo me preocupo
pero ella es libre
y por eso la quiero
y es normal que se juegue la vida en un precipicio,
es su vida.

Mi chica revolucionaria
no es ninguna heroína de cómic,
no desfila en pasarelas,
y vive en clase turista.

Ella es
pared,
río,
plomo.
Ella es 
ventana, 
mar,
oro.

Ella es dinamita de estos poemas,
mis domingos cum laude,
mi Chavela, mi Frida,
mi primer año nuevo sin grietas,
mis llaves, 
colgando
en su puerta.

Diego Ojeda


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.