lunes, 27 de noviembre de 2017

Por culpa de la poesía

Por culpa de la poesía
nací un 5 de diciembre de 1985,
supongo que mis padres
pensaron en mí en el mes de marzo
y viví durante nueve meses como crisálida
en la barriga de mi madre,
tragando miedos e inseguridades 
que me siguen acompañando desde entonces.

Sigo pensando que soy un tío con suerte,
tal vez porque no tengo nada
y nada es sinónimo de libre.
También lo tuve todo y a ratos fui feliz
pero arroje tantas veces
nuestro cadáver por la borda
que llegaré a tenerle fobia al mar.

Viví once meses en otras vidas
-al hablar de otras vidas
me refiero a lo nuestro-,
sufrí insomnio,
discutiendo con mi ángel, de mi demonio,
rayando canciones de Nach,
dejando almohadas en vela
por cada uno de los amores pasajeros
que vinieron después de ti,
que volaron sin mí, estando conmigo,
que fueron aterrizajes forzosos.

Me gustaría verte lejos
y contarte que huí
porque fue la única manera
que encontré de salvarme,
explicarte que volví
porque borrarme de tu vida
fue más duro que un verano en Siberia,
más triste que una infancia en un orfanato,
tan inestable 
como haber entregado mi vida
por amor al arte.

Fueron más de veintisiete intentos
de reinventar el calendario,
de taparle las grietas a la vida
con saliva caducada,
de cortar el cable exacto
en cada cuenta atrás
porque nuestro amor
fue un atentado contra la poesía,
una bomba lapa en el corazón,
un incencio
que intentamos apagar con gasolina.

Hoy no sé si quiero odiarte
o volverte a ver,
contar tus lunares, ser tu desayuno
o masturbarme pensando en ti
como si no existieras,
leer a Pedro
y ver la belleza en pelotas,
o buscar en algún verso a Elvira
para entender que es posible
sacarse el dolor del cuerpo.

El tiempo es un sicario del olvido
y tu ausencia una eternidad
que duró dos estaciones,
cómo te digo que he sido feliz
sin decir que ha sido triste,
cómo explicarte que fue fácil
sin demostrar que parecía imposible
descifrar el código en llamas
de un porvenir huérfano de nosotros.

Llamamos amor al desastre
y enterramos nuestro cadáver
cuando aún tenía pulso.
Vinieron mis amigos,
tus amantes,
y nos fuimos de bares a celebrarlo.

Te acordarás de mí 
aunque ahora pienses
que el verano dura para siempre,
yo padeceré amnesia
hasta no verte en mis poemas
y seguiré escribiendo en voz baja
hasta que nadie pueda escucharme.

No son metáforas,
son recuerdos.
No son lágrimas,
son goteras en la memoria
que empapan nuestras fotos,
por culpa de la poesía.

Diego Ojeda







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