domingo, 9 de mayo de 2021

Los amores imparables (I)

 Todos sabemos que hay amores que suceden del todo, que se concretan, amores bellos, en equilibrio, amores que siguen una dirección, que tienen domicilio, que son realmente buenos y nos salvan de nosotros, que perduran en el tiempo, que conllevan un destino. Y después hay otro tipo de amores. De ellos he venido a hablar.

Se trata de una rara clase de amor porque no es amor del todo, pero a los ojos de quien lo siente lo es más que ninguna otra cosa en el mundo. Son amores que ni empiezan ni se acaban, caracterizados por lo que son, pero sobre todo por lo que nunca llegan a ser, historias, como diría Alvite, que resisten mucho más de lo que duran. Son los amores imparables.

Este es un amor que nunca llega a consolidarse, es un amor líquido, inestable, y por eso es un amor superior —lo que no significa que sea bueno—. Es superior por su incertidumbre, porque no hay un solo instante que se parezca al anterior, porque cada beso es siempre nuevo, de una raza diferente; cada polvo es el primero; cada lágrima, una nueva forma de mirar la lluvia; cada herida, para siempre. Es un amor inigualable y por eso es considerado el más bello de todos los amores posibles, precisamente porque nunca es posible sostenerlo.

El amor imparable es un intervalo en carne viva, es la elevación del verbo sentir a la categoría de arte supremo, es agarrar todos los sus- piros del planeta y colgarlos del mundo como anuncio de la vida.

El amor imparable es bello e insoportable, es herida y cura, flecha y escudo, es una sustancia adictiva compuesta por un cien por cien de cielo y un cien por cien de infierno.



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