sábado, 12 de febrero de 2022

Tú misma

 Os quiero contar algo, a ver cómo lo veis vosotros y vosotras. 

Por la noche, ¿vale? Llevas esperando toda una semana para que la noche llegue y estar un rato a solas con tu marido. Cuando estás un poco de charla, te sumas a él a lo que parece que, últimamente, le llama más la atención, ¡su móvil! Te unes pues para que vea que ahí estás, sacar temas, hablar... Comunicación, ¿no? Y te gusta esa sensación de intimidad que desde que somos cuatro en casa, pues apenas hay... Y cuando más cómoda estás, apaga el móvil, se da la vuelta y a dormir. 

Tú, que ahí estás, que odias el móvil a más no poder, pero cedes, das de ti, te pones en su lugar, le escuchas, vamos, lo que te sale hacer cuando quieres a alguien. Te deja así, dándote la espalda porque está cansado (sin tener que madrugar mañana, ¿vale?), pero apaga todo y... ¡a dormir! 

Pues esa clase de desprecios, de bofetadas sin manos, cuando intentas estar y te echan, duele. Escuece y molesta, porque cuando eres un alma libre por protección hacía ti misma, prácticamente no sabes qué es un mimo. Te cuesta horrores dar de ti, abrirte, y como tantas y tantas veces, él te ha sugerido que seas tú la que te abras, la que inicies, la que te comuniques... Pues... Hablamos mucho, demasiado. Y en ocasiones, no sabemos lo que decimos. Él piensa que yo me creo perfecta, y no, creo que no ha leído ni un solo post o no lo ha comprendido o no lo ha interiorizado. La perfección se aleja mucho de lo que soy. Intento siempre ser perfecta, sí. ¿Pero lo logro? Jamás, es más, me quedo bastante alejada. Y antes me importaba, ahora ya no. 

Lo que sí que hago es mantener la calma cuando discutimos. De hecho, no pierdo los papeles nunca. Sé qué digo, sé qué hago y sé qué opino. Nunca podré decir, jamás, que fue el momento del calentón. Nunca. Las cosas como son. Echamos balones fuera siempre, todos. Pero entre balón y balón y discusión y discusión, la magia de un momento íntimo que es de lo que estábamos hablando se pierde. Se esfuma como el humo. Y me recuerda al libro de compartir camas. Al final, compartes un colchón. Nada más, y es lo más triste y humillante que existe, doloroso también. Porque ves que tu esfuerzo (que luego queda en un "te crees perfecta") no sirve de nada. Y salen más temas, y salen más ganchos en cuanto hablas de esos que te quedas KO. 

Y otra frase, es... "luego lo sueltas en tu blog". No. Te lo suelto a ti, hasta que te duermes, porque el cansancio y los pequeños placeres de la vida que nublan la mente del ser humano. Los días pasan... Los meses también, y todo es una suma. Pero tienes que estar bien, contenta y feliz, porque "oye, tienes cara de oler culos siempre". Y te vas haciendo pequeña, sumisa porque... para qué vas a decir nada si se te vuelve en contra. Para qué vas a discutir con alguien que no escucha, que está cansado y te da la espalada en los momentos que deberían ser nuestros. 

Pues... Te cansas de remar, de estar bien y predispuesta a todo. Te cansas y los días se convierten en todos iguales y comienzas a mendigar. Mendigas un "algo", lo que sea, ya te da igual. Una película, un... algo, pero no... Y cuando mendigas, hay dos personas que no te quieren, y una de ellas, eres tú misma.



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