lunes, 7 de febrero de 2022

Ser una pareja perfecta no significa no tener problemas, significa saber superarlos juntos.

 Llevo unos días queriendo escribir a mi marido algo, lo quiero hacer porque no quiero olvidarnos. Olvidarnos porque esta semana se basa en niño y perra. Como dice él nuestra casa estaba vacía y ahora demasiado llena. Sí, a mí también me pasa, necesito mis momentos, nuestros momentos. Con deciros que valoramos como nunca nuestro momento de la noche, nuestra cena en silencio, a solas, donde no os creáis que hay fuegos artificiales, ¡qué va! Estamos demasiado cansados hasta para encender una vela. Lo normal es que Javi pierda el sentido antes del postre (y con el postre me refiero al postre literal y metafórico). 

Por eso, en esta nueva etapa, en la que discutimos más, estamos de acuerdo en menos cosas, el cansancio a veces nos puede, recordarte que te quiero, te quiero como nunca, porque si en momentos así hacemos equipo, en los buenos somos increíble. 

¿Sabéis qué me ha dado pie a escribir este post de una vez, puesto que llevo muchos días para escribir sobre él y no me sale un inicio, un algo en concreto sino todo muy general? Pues algo que ha sucedido hace muy poco. Me gusta su empeño, su fuerza para seguir intentado lo imposible, dejándose el orgullo y el amor propio en el intento. Lo hace por él y por los suyos, sobre todo por los suyos, aunque sus intentos se queden en eso, en intento. Me gusta las ganas que le echa a la vida, las oportunidades que brinda aunque se las echen abajo. Le da igual, y eso muestra la endereza y la fortaleza que tiene.

Yo habría desistido mucho antes en muchas cosas, de hecho, lo hice. Soy más de poner cruces a la gente, ya que un día caí en la cuenta de que mi paz mental y mi tranquilidad no tiene precio y no debo dejarla en manos de cualquiera. Y con cualquiera me refiero a cualquiera que pueda hacerme daño. Hay una frase de Luis Ramiro en una de mis canciones favoritas de él que dice: "Qué gran verdad, que quien más te quiere te hará llorar". Y así es, quien debe hacernos la vida más bonita y fácil, en muchos casos, suele poner piedras.

Y eso es lo que admiro de mi marido, aparta las piedras, tropieza con ellas aunque ya le sean familiar, lucha por lo que le sale de su corazón y aparta de un derechazo a la razón. Ser temperamental tiene sus cosas buenas, tiene esas ganas que nadie sabe de dónde saca y tiene sus cosas malas... Los derechazos te llegan a ti, directamente... al corazón. Y es duro caer y caer. Y levantarse una vez tras otra. Pero él es así. Indestructible. 

Lo admiro pero no es una cualidad que me enamore. Al contrario, me hace sufrir. No me gusta ver que la persona que quiero caiga una y otra vez sin, a mi parecer, aprender la lección. Yo soy totalmente opuesta en esto, piedra que me hace caer, piedra que elimino de camino para no volver a tropezar. No sé qué táctica es mejor. Supongo que cada uno es como es, pero no deja de ser admirable para mí. 

Espero que, poco a poco, las semanas se vayan apaciguando, nos vayamos haciendo a la familia que va creciendo, y tengamos nuestros momentos como antes. Tengo miedo de ello, os lo confieso, de tener tantísimas tareas por hacer: lavadora, cenas, comidas, paseos con la perra, etc., que se acabe enfriando lo nuestro, que el cansancio del día a día gane la partida. Es algo que llevo soñando un par de días. Sabéis que cualquier preocupación me altera el sueño y esta es una de las tantas que tengo. El llegar a la cama y pensar "ni siquiera le he dado un beso a mi marido". Y sentirme como un matrimonio que lleva cuarenta años donde solo convivimos y compartimos gastos. Me da un miedo atroz despertarme un día con los rulos puestos, hecha una maruja, mirarme al espejo y no reconocerme. No reconocernos. Recordarnos con nostalgia, añorando lo que fue la historia más bonita jamás contada.

Pero está todo en nuestras manos, en el día a día, en mandar a la mierda al cansancio, a la rutina, a las tareas, valorar esos momentos a solas por pequeños que sean pero que son los que nos mantienen porque cualquier momento contigo Javi, ya merece la pena una vida a tu lado.



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