Pero ¿quién se ha inventado que a las mujeres no les interesa el sexo?
¿A alguien le ha pasado por la cabeza alguna vez que un hombre, al convertirse en padre, pierda interés por el sexo?
¿De dónde ha salido esta falsa creencia? ¿Quién se ha encargado de colgarnos ese cartel? ¿Quién trata de eliminar el sexo de nuestras vidas? ¿Quién ha conseguido convencer a medio mundo de tal mentira y al mismo tiempo ha logrado que las mujeres que disfrutan libre y sanamente del sexo puedan llegar a sentirse cohibidas o inhibidas?
¿Habrá algo más saludable, liberador y revitalizante que el buen sexo?
Somos madres, cierto, pero recuerda que antes de madre eras mujer, nada más y nada menos. Y ellos ahora son padres, ¿no? ¿A alguien se le ha pasado por la cabeza alguna vez que un hombre cuando se convierte en padre pierda interés por el sexo? Perdonad que me ría...
Una escucha tantas cosas que hubo un tiempo en el que pensé que la rara era yo, pero no, afortunadamente llega una edad en la que las mujeres empezamos a hablar, a compartir experiencias, a reírnos de nosotras mismas y, por supuesto, a sentirnos reconocidas como grupo.
Ayer mismo pasé la tarde con una amiga, las dos solas. Ella, unos años mayor que yo, ha superado ya los cuarenta. Me confesaba que se sentía sexualmente más activa que nunca, que sin ninguna duda estaba en su mejor momento. Bromeamos de nuestra juventud, de nuestras primeras experiencias, y al echar la vista atrás y ver el «antes» y el «después» las dos llegamos a la conclusión de que, con unas arruguitas de más (pocas, todo sea dicho) y un cuerpo menos turgente que a los veinte, somos mucho más atractivas ahora.
¿Y sabéis qué os digo? Que con que nosotras lo pensemos basta y sobra.
No sé muy bien por qué en los primeros años de la maternidad las mujeres no hablan de sexo, parece que, si hablas de algo no relacionado con tu maternidad, eres una mala madre. La marca de leche, las vacunas, las fiebres, los hoteles familiares y los restaurantes con juegos infantiles acaparan todas las conversaciones.
¡Ay, lo que me reí yo ayer con mi amiga hablando de sexo! Pues sí. Creo que no mencioné a mis hijos ni una sola vez. Los hombres también hablan de sexo, por supuesto que lo hacen, ya lo sabemos, y bien que hacen. ¿No os parece?
A las mujeres nos gusta el sexo tanto como a los hombres, de nuevo hablemos claro. Y ahora, maticemos.
Para mí, el sexo empieza en esa primera mirada en la que de pronto salta una chispa que te anuncia que ahí, justamente ahí, hay algo más. Y no te equivocas. Y decides explorar... Son miradas magnéticas, unas veces esquivas, otras descaradas, pero todas ellas llenas de atracción y deseo.
O quizá en un mensaje de móvil, o un e-mail con el que a pesar de haber recibido muchos, súbitamente con ese, el corazón te da un vuelco, se acelera, tragas saliva y piensas: «WARNING! WARNING!». Y durante unos segundos te quedas mirando fijamente a la pantalla y lo lees, y lo vuelves a leer y entonces tu cabeza empieza a volar, tu mente te lleva a otro lugar y durante ese brevísimo espacio de tiempo deseas con todas tus fuerzas estar ahí.
Para mí, el sexo continúa en esa búsqueda por estar con él, o al menos cerca. En ese olor al darle un abrazo, dos besos o un solo beso bien dado. Los olores..., me declaro adicta a los olores. Ahí también hay mucho sexo.
El sexo empieza en ese momento en el que te sorprendes a ti misma fantaseando y no solo fantaseando, sino también disfrutando. En ese instante, tienes dos posibilidades: censurarte o darte permiso para soñar, para volar y, por supuesto, darte permiso para sentir.
El sexo empieza cuando eliges la ropa interior que te vas a poner. Cuando abres el cajón y no terminas de encontrar lo que te gusta y sales corriendo del trabajo para comprarte algo especial y, mientras tú estás en el probador, él se pasea alegre y lentamente por tu mente.
En una ocasión una amiga me confesaba entre risas:
—No sé para qué me gasto este dineral en lencería, si con lo que me va a durar puesta...
Pues es importante, lo es. Para ella porque le hace sentirse tremendamente sexy y para él porque una bonita y sensual lencería es éxito asegurado; aunque dure poco en el cuerpo, es un deleite para los sentidos, los suyos y los tuyos.
Porque así es como se vive el sexo, con los cinco sentidos.
La vista: quizá sobrevalorada con respecto a los demás sentidos, pero también importante. Lo que ves te ha de gustar, te ha de encantar. Al verlo has de desear dar un paso más, aunque sea pequeño.
El gusto: empezando por un buen beso, ¿cuánto de sexo hay ahí? Todo el que estés dispuesta a descubrir, hasta donde te lleve.
El olfato: el olor de un abrazo, de una piel desnuda, de un cuerpo recién salido de la ducha, el olor a café recién hecho las mañanas de domingo cuando él se ha levantado antes que tú y decide prepararte el desayuno, el olor que permanece impregnado en las sábanas tras una noche de desenfreno.
El tacto: las caricias. Las furtivas, las explícitas, las descaradas, las tímidas, las inocentes, las atrevidas, las robadas, las urgentes..., todas.
Y el sentido auditivo: lo que escuchamos es sexo en estado puro y si lo hacemos con los ojos cerrados, sin interferencias, aún más. Escuchar cómo su respiración se va acelerando bajo tus manos, bajo tu boca o simplemente con tu presencia. Escuchar un suspiro, un susurro, un secreto inconfesable, cautivo durante mucho tiempo, de esos que solo se dicen al oído; escuchar un gemido, o dos o tres...
Y ahora leeréis esto y diréis: «Sí, claro, muy bonito, pero es que, entre el trabajo, los niños, la casa, los madrugones..., una termina agotada; y a él le pasa igual, se duerme en el sofá». Lo he escuchado tantas veces. Y es cierto. Absolutamente cierto.
Pero es temporal, o al menos ha de serlo. Por eso hay que hacer un esfuerzo. Al principio es un esfuerzo, luego evidentemente es un placer.
A uno no se le olvida comer, ni se le olvida echar gasolina, ni se le olvida dormir, ¿verdad? Pues el sexo tampoco se nos debería olvidar.
Una pareja sin sexo está incompleta; de hecho, cuando el sexo empieza a escasear, no solo los cuerpos se separan, sino también sus almas, e inevitablemente nos distanciamos. No hay que darle más importancia que a otras cosas en la relación de pareja, pero tampoco menos. Sería el principio el fin.
Los primeros años tras el nacimiento de un hijo son muy complicados y agotadores. Nuestra vida da un giro de ciento ochenta grados, nos ha puesto del revés y no siempre estamos preparados para ello. Esta nueva realidad nos coloca a todos en otra parte del tablero y tenemos que empezar a jugar otra vez, a reconocer el terreno que pisamos y a buscarnos de nuevo.
Qué importante es hacer ese pequeño esfuerzo al principio para encontrar momentos de calidad en pareja, sin niños y bien cerca. Porque el sexo une y su ausencia separa.
Qué importantes son las caricias y cuánto unen. Esas historias que empiezan con una caricia furtiva y robada en un momento que no esperas. Sí, ¿cuántas veces ese es el inicio, el chispazo? Una caricia que te sacude. Y que podía no haber significado nada, pero tu cuerpo habla antes que tus labios, tu piel se eriza, te delata y te desarma. No dices nada. No haces nada. Ya está todo hecho y dicho. Y en esa caricia hay mucho sexo, sin duda, y mucho deseo, y, por supuesto, y aún sin saberlo, mucho amor.
—No te enamores de mí —le suplicas.
—Demasiado tarde —sentencia.
Cuesta trabajo encontrar los momentos cuando las obligaciones del día nos aplastan, pero tenemos que poner de nuestra parte, tenemos que favorecer las cosas, tenemos que pensar en ello.
Si no pensamos en ello, ¿cómo va a ocurrir?
Programar una tarde a la semana o cada quince días para disfrutar en exclusiva de la pareja es uno de los hábitos más saludables que podéis tener. En Lo mejor de nuestras vidas os lo contaba: los miércoles del amor, los llaman mis amigas.
Miércoles tarde: no hay reuniones, no hay trabajo, no hay compromisos ni deberes de los niños. Los miércoles por la tarde son exclusivamente nuestros. Elegimos un sitio para tomar unas tapas, tomarnos una caña, dar un paseo, ir al cine o simplemente ponernos al día de todo lo que en ocasiones, con el ritmo frenético de la semana, no alcanzamos a compartir. Y tenemos un acuerdo pactado por ambas partes: si por causa mayor el miércoles por la tarde está ocupado por un plan que no se puede mover, nos comprometemos a cambiarlo por el martes o por el jueves de esa misma semana. Y esto, señores, es sagrado.
Porque, si lo piensas, tenemos más oportunidades de las que creemos: sé traviesa, vuelve a tu juventud, alguna locura harías, ¿no? Busca una siesta de domingo mientras los niños duermen o juegan. ¿Y esas noches? Una noche cualquiera, entre semana, la que sea; de pronto, a las tres de la madrugada te despiertan con un ansia imparable e imposible de contener, imposible de retener, imposible dejarla pasar. Y hacéis el amor silenciosa o salvajemente, da igual, lo que vosotros decidáis. En el sexo no hay reglas y si las hay irán cambiando, porque vosotros cambiaréis, porque la vida cambia y porque todo está en continuo movimiento.
Porque todo se puede hablar y acordar. Porque antes de llegar al desgaste has de moverte. Reserva una noche de hotel, aunque sea en tu misma ciudad. ¿Qué tienen los hoteles que despiertan la libido y la provocan? Una cena, un buen vino y no salgas de la habitación, como en los viejos tiempos, borrachos de deseo desparramando pasión y locura. Al día siguiente, al bajar a desayunar os sentiréis diferentes, renovados, especiales y, sobre todo, unidos.
Tengo unos amigos que cada tres o cuatro meses lo hacen, logran colocar a sus tres hijos entre los cuatro abuelos y se van. Reservan en un gran hotel que hay en el centro de la ciudad y pasan allí una noche. En una ocasión les dije:
—Pero, hombre, ¿por qué no cogéis el coche y os vais aunque sea a Altea y cambiáis de aires?
La respuesta fue sencilla, clara y directa:
—Porque nos encanta este hotel y porque no salimos de la habitación.
Y no hay más que decir.
Porque qué bonito es amanecer en un hotel tras una noche sin despertares de lloros, sin tener encendido el radar por si ocurre algo, sin ni siquiera los ruidos habituales de los vecinos.
Porque qué bien sienta dormir desnudo en unas sábanas ajenas tras haberte vaciado total y enteramente.
Porque qué placer más grande despertarte sedienta y hambrienta al día siguiente y beberte un refrescante zumo de naranja recién exprimido mientras se tuesta el pan.
Y cuando atravesáis la puerta al llegar a casa, cogidos de la mano, agotando los últimos minutos antes de volver a la realidad, recogiendo y saboreando algún beso que se ha quedado por ahí perdido y os reciben los niños dando saltos de alegría y arrojándose a vuestros brazos, comprobáis cómo, aunque vosotros no estéis, las cosas funcionan igual de bien. En ese momento, os miráis y decís:
—¡Ha merecido la pena! ¡Tenemos que repetir!
Qué sensación la de salir unas horas de casa, dejar allí la mochila de madre responsable, despojarte de todas las obligaciones y dejarte llevar única y exclusivamente por tu deseo de sentirte libre.
Y no, no por ello eres peor madre, en absoluto, eres una madre maravillosa que cuida de su familia, que cuida de su pareja, que cuida de sí misma y que necesita el sexo en su vida para sentirse viva.