jueves, 7 de mayo de 2015

El concepto del amor va cambiando con el tiempo

Nunca dije adiós a la primera,
siempre formé parte de los chicos
que se quedaban esperando
a que fuera al azar quien lo aplastara
o le diera un beso.

Porque los niños-jóvenes viven el amor
con el mismo volumen que los adultos
solo que sin cicatrices,
con heridas pero sin cicatrices.

Me dejaron todas las chicas con las que estuve antes de los veinte;

Leticia, que de deseligió y me cambió como un cromo
yéndose con un chico de ojos azules.

Lucía, que dejó tres veces y a los 27,
tras diez años sin vernos,
justo antes de casarse me pidió el beso
que nunca llegamos a darnos
para estar segura del camino que tomaba.
Nunca os diré cuál fue el desenlace.

Marta, que me hizo temblar en un banco del parque
regalándome la maravilla del primer beso con lengua
pocos días antes de los trece.

Blanca, que me quiso con catorce
y tardó 17 años en dejarme volar entre sus piernas.

Ana María, que supo desabrocharme la ropa y la niñez
sobre una cama el día de nuestro aniversario.

Y Susana, que nunca rompió conmigo
porque nunca me permitió ser realmente nada suyo.

Las recuerdo a todas y a casi todas con cariño
pero no puedo evitar pensar
que junto a ella nunca aprendí nada,
no por su culpa, sino por la mía,
que hasta hace muy poco -y tengo 33-
pensaba que el amor consistía en sentir mucho,
en querer hasta reventar
en experimentar una admiración religiosa por la piel amada
y no encontrar una maravillosa compañera de viaje
como ahora pienso que debe ser.

Más que nada porque la pasión en la que me basaba
siempre acaba emigrando a otras habitaciones
y no hay un motor en el mundo
al que tras hacerlo trabajar a toda máquina,
sin un segundo respiro,
aguante al mismo ritmo por varios años.
Siempre se acaba quemando.

Tan vez por eso ahora me lo tomo con más calma
evito las ciudades a toda prisa
y acepro que los días grises también
forman parte del decorado.
Tal vez por eso, amor,
no te entrego todo el fuego
ni me vacío para dártelo todo
porque eso me convertiría
en un hombre sin nada.
Por suerte tú tampoco lo haces
no inviertes toda tu fortuna
para rodar una escena perfecta
y haces bien.

Pero también sabes que nunca falto
y yo sé que tú nunca faltas
y sabes que yo sé que darías todo lo que hiciera falta
(que no es lo mismo que darlo todo)
y yo sé que tú sabes que daría absolutamente todo por ti
pero que tampoco hace falta.

Y todo,
la palabra nosotros,
estas reflexiones,
las noches a tu lado,
forman parte de algo
que no he llegado a entender
peor que me hace inmensamente feliz.

Marwan


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