sábado, 12 de mayo de 2018

De pronto, un chispazo en la oscuridad

Te recuerdo todavía. Y sin embargo
nunca fuiste un gran amor, niña perdida.
Mis ojos asombrados y esas manos
recorriendo mi cuerpo, cuando era
la soledad el mundo conocido.

Te tengo en la memoria y en la carne,
en esta hora del sueño y del olvido.
Me llegan, lo mismo que hojas muertas
tu suspiro, el jadeo de tu pecho,
en la cama deshecha de tu cuarto.

Tus besos con sabor a cigarrillos,
el silencio de nubes, la dulzuna
de tu piel transparente, la caída
de tu cuerpo en mi cuerpo. Aquellas noches
con el miedo al reloj en la mesilla.

¿Y qué ha sido de ti? De ve en cuando
tu nombre me persigue por los libros,
se despereza lento como el suave
regusto a sal de la melancolía,
lo mismo que el sabor de un vino nuevo.

Pedacito de amor, niña sin dueño,
palabra de mis noches. Dulce encanto
del momento encontrado cuando todo
era vida en punto, y no había nada
más allá del deseo de las sábanas.

Esta noche te invoco. Por aquellos
abrazos de pasión, por la locura
de la sangre. Por mis dedos
buscando el universo de tu vientre,
la eternidad de dios en tus caderas.

Vienes a mí. Te duermes a mi lado.
Te me mueres lo mismo que si fueras
el sol cálido de todos mis inviernos.
Nunca fuiste mi amor. Pero ahora mismo
tu nombre es mi deseo y mi nostalgia.

Rodolfo Serrano


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