domingo, 13 de mayo de 2018

Un viejo se sienta en una terraza y mira a las muchachas

Me decía que era como ganarle el pulso
a un corazón cansado y a todos los recuerdos
de aquellos años de oro, cuando estaba el deseo
vibrando por el músculo y la sangre caliente.

No sabe usted, hablaba, de lo que significa
ese cuerpo glorioso de una muchacha al lado.
No es la turbia ansiedad de la carne y el hueso.
Ni siquiera nostalgia de las noches vencidas.

No deseo sus besos, ni el vino de su risa.
Es sólo la esperanza de vivir en sus ojos.
Tampoco -no le engaño- me recuerdan a ella.
Ni a esas madrugadas en que ganaba el cielo
subiendo por su pecho, viendo que el mundo era
la piel acariciada, el estremecimiento
de una boca, por fin, encerrada en mi boca.

vivo cada minuto, sentado en esta mesa,
y contemplando, sediento, sus pasos por la acera,
me sumerjo en sus voces y luego me imagino
el calor de su vientre sin pasión ni deseo.

Yo que todo lo que he dado y todo he recibido
no deseo más luz que la que habita en ellas.
Y moriría tranquilo viendo pasar la tarde
de pájaros y árboles y muchachas abiertas.

Y sé muy bien, amigo -a qué voy a engañarle-,
que nadie entiende esta nostalgia de los viejos.
Sin embargo, le juro que en mi alma cansada
únicamente de sus pasos y el mundo que me queda
por descubrir ahora, antes de que mi vida
se consuma en el fondo de esta cerveza fría.

Rodolfo Serrano




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