Mirar con lupa dentro de la emoción, escribir el silencio del desastre, contar quién fue sin mencionar su nombre, explicar cómo fue sin decir el modo, indicar dónde sin hablar de ningún sitio, ser capaz de describir un beso sin nombrarlo.
Palabras que en realidad te escriben a ti, que te recuerdan lo que aún no has entendido, que predicen quién fuiste, que vaticinan qué sombrero vestirás.
La búsqueda inacabable de la belleza, la palabra como medio de transporte, convertir la rabia en una paloma y un latido en varias páginas.
Palabras para ganarle un metro al tedio, para tener algo de viernes cuando el mundo me mira con cara de lunes, para que la alegría pose sus medias en mi ventana.
Sílabas para ponerle nombre a este periodo atroz y definir lo que hay entre la tierra ocupada y el hombre que se inmola, para precisar lo que sucede en el salón donde no está sucediendo nada y domar por un momento al corcel de los sentimientos y al acariciarlo por fin entenderlo.
Meter un bisturí en el lugar donde nacen las preguntas y hallar en el bosque enmarañado de la literatura alguna respuesta.
Y aun así, me temo que lo importante... nunca soy capaz de explicártelo.
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