domingo, 3 de marzo de 2019

Sin cafeína

Era una noche de esas en las que todo el mundo iba a salir, una de esas en las que tenía mil planes abiertos. En una de esas noches preferí quedar contigo para hacer nada. Y aunque no te dieras cuenta, entre todas tus inseguridades, entre cada gesto de timidez, encontré unos ojos que brillaban de verdad. Brillaban bonitos, como si tuvieran mucho que decir. Que son como un pequeño resumen de ti, capaces de enfadarse y reír en cuestión de segundos. Y tú siempre me preguntas qué vi en ellos. Yo no respondo nunca, por hacerte rabiar un rato. Por jugar a ver quién aguanta más rato sin hablarle al otro. Que parezca que esto no es nada. No vaya a ser que hagas locuras por una vez. Todo lo que se te escapa del control, te acojona que no veas.

Seguramente nunca tendré las respuestas que buscas y, conociéndote, tú nunca dejarás de preguntarme cada duda que tu cabeza encuentre. Me sacarás de quicio cada once horas. Y querré besarte veintisiete.

Y tú seguirás sin saber que, en cualquier habitación contigo, jamás necesitaría cafeína para no dormir. Aunque no hiciéramos nada.


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