Días. Semanas. Incluso meses. Autoconvenciéndote de que todo se ha acabado, de que ya puedes vivir sin estar pendiente, de que no vas a sentir nada cuando te vuelva a escribir (que además sabes que lo hará), y al final, con su primera frase (diciendo: «Hola») vuelves a temblar. Y tu cabeza empieza a perder el control y empieza a pensar en la ropa que vas a ponerte cuando os volváis a ver una vez más.
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