Tengo un amigo poeta.
Se llama Diego y al igual que yo
está loco por juntar palabras,
por plasmar la palabra sentimientos
sobre la palabra cuadernos.
La palabra poesía nos tiene a los dos un poco obsesionados.
No paramos de pensar en escribir la palabra adjetivos,
en diseccionar con la palabra bolígrafo la palabra nostalgia,
en relatar la palabra infancia o la palabra pasado.
A veces la palabra inquietud me ronda por la palabra cabeza
porque empleo todo el tiempo en los cuadernos
y entonces marco en la palabra teléfono el número de la palabra Diego,
para que olvidemos nuestro oficio por un rato.
Ey, papi, le digo. Si quieres quedamos en la palabra noche
y organizamos la palabra fiesta
e invitamos a la palabra amigos.
Tráete a la palabra novia
que también va a estar la mía.
Nos vemos en la palabra metro.
Llama a la palabra Ramiro y a la palabra Mariano
que yo llamo a la palabra hermano y a la palabra Lucas.
Y así pasamos la palabra horas,
entre la palabra rones y la palabra risas,
arreglando la palabra mundo en la palabra compañía.
Con eso basta. No necesitamos ninguna palabra más.
Porque ahí está ella desde hace un rato,
a nuestro lado, con su risa perfecta,
la palabra felicidad.
Marwan