martes, 3 de abril de 2018

EL INMIGRANTE

Voy a hablar de dos hombres
con una misma historia.

El primero se acerca por el mar
y conoce el sabor
salado de la muerte.
He sufrido la guerra
y el expolio, quién sabe si la cárcel,
la tortura, la casa de su piel,
de sus pasiones, su género,
su origen, sus ideas...
o simplemente el duro 
latigazo de hambre.
En resumen: un ser sin esperanza.

El segundo ha llegado
también a otra ciudad
y escapa de un país
donde gobierna el crimen.
Un día conocií
el respeto y la fama,
pero hoy es como el vino derramado:
un oscuro sinónimo
de la sangre vertida.

El primer hombre viene
hacia nosotros y sueña
con la paz de los talleres, 
el edén natural de los supermermecados,
la música cuadrada de las carpinterías:
cualquier cosa mejor que su destino.

El segundo, el que huye
con el dolor aún humeando en su ánimo,
alguna vez soñó que las balas
podían asesinar personas
pero nunca razones;
soñó con catedrales
que no fuesen el refugio del lobo;
con un sol que llegara al fondo de las minas.

El primer hombre es Pablo, el panadero;
Hassan el sastre, o Evo el albañil.
El otro se apellida, por ejemplo, Cernuda,
o Jiménez, o Alberti y de él
nace el espanto como en las uvas crece,
la costumbre morada de la luz.

Habrá quien los compare
y solo cea entre ellos un abismo.
Y habrá quien vea un puente:
a un lado la Justicia
y a otro lado la Historia,

Pregúntate a cuál de ellos te pareces.

Pregúntate cuál de ellos quieres ser.

Benjamín Prado


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