sábado, 7 de abril de 2018

V

Para poder mirarla es necesario
ver la verdad que vive dentro de cada cosa:
saber que las espigas 
son las piezas de una paloma verde;
que en el verbo agrietar puede escucharse 
el corazón del tigre:
que del poema roto caen los pétalos blancos de la flor de la duda.

Si admites todo eso,
si sabes escribir: en los ojos del cínico
hay lágrimas que son sílabas de una ciénaga...
si le puedes llamar a las gaviotas
oleaje del cielo, nieve viva...
tal vez sabrás qué ves cuando la mires.

Si quieres describirla en un poema,
te hará falta buscar dentro del diccionario
un idioma salvaje, palabra que se dejan escribir
como fieras que acceden a ser acariciadas.

Encuentra un adjetivo que le diga
de donde tú te vas, si incauta el hielo
y sabrás explicar
que volver de sus labios es volver a un país
donde se han detenido de pronto las cosechas,
se han parado los ríos.

Yo que dormí con restos de la luna en las manos 
después de acariciarla:
que he aprendido en su boca el sabor de la luz 
y en su pelo el lenguaje de las enredaderas,
aún no voy a aclarar nuestro misterio,
quiénes somos, quién es el huracán que gobierna mi vida.

Pero el lector curioso
que intente adivinarnos,
quizá apoye el oído en estos versos
y entenderá tu nombre:
suena como las fuentes 
donde empiezan el agua, la noche y la alegría.

Benjamín Prado



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