lunes, 27 de diciembre de 2021

Migrañas al mando

 Qué miedo me dan las noches. Algo se me atraviesa, son puros nervios, de dar vueltas en la cama, de pensar, de que todos los problemas acudan a mí, a hablarme cuando no es hora, cuando la oscuridad nos atrapa. Vuelvo a ser una niña pequeña que desearía que la luz viviese cerca de mí siempre.

Y las migrañas vuelven, siempre vuelven. ¿Has tenido migrañas? Te duele hasta las orejas, la boca, te deja devastado. Y la impotencia, ¿qué? Ay la impotencia de no poder hablar, de no poder expresarte cuando lo necesitas por respeto a otra persona. Pues eso, que la impotencia sube a la cabeza en forma de migraña y ahí es cuando explota, en la noche básicamente.

Odio los puntos suspensivos, las frases a medias, las indirectas, las directas que tan solo lo parecen, las medias verdades y todo lo que deja un pequeño resquicio a tu imaginación, que ella misma, por sí sola se encarga de rellenar, y nunca rellena para bien, tendemos a pensar mal. Normalmente esa es la intención de la otra persona cuando lanza según qué frases. Nadie es tonto para estas cosas, tonto es el que cree que el otro no lo pilla.

Yo que soy el libro abierto para responder, la de la poca mecha como dicen mis amigos, la que le enseñan el capote y entra a torear. La que no ve fin en ninguna discusión, por amor, aprendió a callar. Pero las cosas que se hacen por amor duran lo que duran. Jamás duró una flor dos primaveras como diría la Jurado. Todo tiene un límite, y cuando te tocan, saben que te tocan. ¿Qué molesta más: la intención de la otra persona o el tener que morderte la lengua? Dicen que solo te hacen daño si tú mismo lo consientes, y puede que sea verdad, o no, las mentiras siempre tienden a molestar y más cuando se trata de cosas tan delicadas. Te enciendes y sí, te sale defenderte. En mi caso, defenderme es acabar con el otro. Lo sé, tengo muy mal carácter. Pero acabar con el otro (verbalmente hablando) es dejarle fuera de juego para lo que queda de vida, puesto que después, viene la cruz y el final. Chimpún. Pero claro... Te callas... Y todo lo que te guardas, se enquista, y no sale, y te metes en un bucle tú sola que deriva en migrañas, claro. Obvio. Por algún sitio sale. 

Señor, ¡dame paciencia! Que es Navidad. Dame paciencia, por favor, que no es mi fuerte. Dame esa paciencia que me falta por la persona a la que quiero, solo por ella, porque sino, otro gallo cantaría.



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