El motor V8 ruge bajo el capó de mi Mustang mientras continúo acelerando. La carretera no
tiene fin. La noche es infinita. Nada nos podrá parar.
La luz de los faros ilumina los esqueletos burlones de cientos de cactus.
Estamos rotos. No tenemos salvación.
Frente a nosotros la tormenta ilumina la noche. El infierno nos espera. Pero una eternidad de
sufrimiento no me detendrá.
Me rompiste el corazón en mil pedazos y cada uno de ellos siguió latiendo por ti.
¿Te amo? ¿Alguna vez te he amado en realidad? No quiero contestar a esas preguntas y acelero
para ahogar mis pensamientos.
Tu mirada está fija en el horizonte. Tus ojos azules, enormes, sin vida, maravillosos. No
parpadeas. Por tus venas no corre la sangre. Acaricio tu amoratado cuello y me quema el
contacto con tu gélida piel.
No hay vuelta atrás. No hay salvación.
Tus pecas, tu pelo rojo. Mi corazón galopa sin control.
¿Estarás esperándome en el infierno? Mi dulce tortura eterna.
Suena nuestra canción en bucle. Nada se rompe como un corazón. En silencio pero
profundamente. Las heridas que no se ven son las que más duelen. Nunca se curan. Te
envenenan lentamente. Cada mañana. Cada noche. Cada madrugada sin dormir. Para siempre.
Los jinetes del apocalipsis cabalgan con nosotros. Gritan nuestros nombres. Nos sonríen.
Aprieto el volante hasta que se me duermen los dedos y hundo el acelerador. El mundo que
conocimos se queda atrás. No hay camino de vuelta.
Una sonrisa adorna mi cara. Todo es culpa tuya pero no lo es. Todo es por ti. Mi vida es por ti y
mi muerte será contigo.
¿Soy un demente? ¿Tú me volviste loco? El cinismo de echarles la culpa a otros no va conmigo.
Las mentiras son cadenas que atan tu mente. Asfixian tu libertad de movimiento.
Nuestros demonios nos señalan la ruta al infierno. No quiero decepcionarles.
La carreta se convierte en camino. El polvo refleja las luces traseras. Ojos rojos en la noche.
Por el espejo retrovisor veo las primeras luces. Rojo y Azul. Rojo y Azul. Sirenas. Dos. Tres.
Cuatro. El final está cerca.
Grito.
Canto.
Rio.
Nunca he estado más feliz.
Cada vez están más cerca. Ambos lo sabíamos. Nada nos puede salvar ya.
Suelto el volante y abrazo tu cuerpo inerte. Belcebú abre sus brazos y nos fundimos en él para
toda la eternidad. Bienvenidos a casa. Mi dulce tortura eterna.
David Castellanos Monroy
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