Mi boca encuentra otro en su entrepierna,
también un mar de perlas en el fondo,
usando mi pasión como linterna
excavo hasta encontrar nuestro Macondo.
Me orillo en su costado y veo un valle
sembrado con racimos de diamantes
y dejo que mi cuerpo se desmaye.
Un año entero allí son dos instantes.
Después de cada orgasmo me suicido
y luego resucito entre sus manos,
me siento el vencedor mejor vencido.
Qué importan los dictados freudianos,
con ella y sólo ella he aprendido
que el sexo es un oficio de artesanos.
Luis Ramiro
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