Esta luna pacífica,
este rumor discreto de ciudades nocturnas,
una sin horas
y unos cuantos amigos verdaderos.
Mis amigos escriben, hacen canciones, pintan.
La noche y la alegría son palabras.
El alcohol, la lealtad, la irreverencia,
palabras solamente.
Pero no se me olvida
que el idioma es la patria del poeta.
Mis amigos mantienen la costumbre
de llevar existencias camufladas.
No es raro que aparezcan en mis sueños
vestidos de episodios nacionales.
Sus noches de alegría se confunden
con llamas de Madrid bombardeado.
Su alcohol y su lealtad
conocen los silencios del interrogatorio.
Su irreverencia tiene
humo de barricada.
Su libertad, su historia,
amanecen desnudas junto a un cuerpo desnudo,
dormido y satisfecho,
en una habitación de hotel en la frontera.
Cuando ya se han cruzado las líneas enemigas,
las órdenes, los odios, las consignas,
descansan en la paz y en un bolsillo
los documentos falsos.
Son falsificadores de cartas y de firmas
que no aprendieron nunca a traicionar un sueño.
Quiero decir mis sueños,
donde algunos amigos viven y se desviven
para representar una modesta
forma de resistir
el futuro y el pasado remoto.
Pero puede afirmarse que las citas,
aunque sean de noche,
suceden cuando estamos más despiertos.
El futuro es quedar para mañana,
para el próximo viernes,
para el lunes si antes no es posible.
reservemos la mesa
igual que se medita sobre un futuro próximo.
Mis amigos lo saben:
la mayor amenaza
contra un futuro próximo
suelen ser los pasos más remotos.
Mis amigos escriben, hacen libros, películas,
todos tienen historia,
pero ninguno guarda un pasado remoto.
El altar y la culpa son palabras.
La religión, la patria, el paraíso,
la raza y la bandera, son palabras también,
solamente palabras que aseguran
un pasado remoto.
El idioma es la tierra de un poeta
que se siente exiliado ante algunas palabras.
Se reconocen mis amigos
y dan sus contraseñas lentamente
en la luna pacífica, en la mesa sin horas,
en el rumor discreto de la ciudad nocturno,
como suelen hacer los conjurados.