jueves, 12 de septiembre de 2019

Cuando la vida hiere

Cuando la vida golpea.

De repente la vida te lo arrebata. Te sorprende con un desconcierto, con una masa fría de incomprensión, con un escenario desolador. Sin piedad, te desvela en medio de la noche, convirtiéndola en fría y deshabitada de alegría. Sin consultarte, te lo quita. Sin tener la oportunidad de cruzar ni siquiera una palabra, de un alegato, de un ¿por qué?
Así de desgarradora y desierta de respuestas es a veces la vida. ¿Qué cabía la posibilidad? ¡jolín! Ya sabemos que hay cosas que escapan de nuestro control y que todo no está en nuestras manos, pero hasta el más retorcidamente negativo tiene un halo de esperanza que le impide vaticinar las desgracias que a veces acontecen.

Duele, duele muchísimo.

“No puede ser, porqué yo, porqué así, debo estar soñando” te dices entre lágrimas de incredulidad y rabia. “No puede ser verdad” “No tiene sentido” “No es justo» te gritas con toda la razón que cabe en un juicio humano y con toda la incomprensión que es capaz de fotografiar un corazón sensato.
La vida nos lesiona, nos pone a prueba, reta a nuestra fortaleza humana con heridas sin sangre y de sutura lenta a base amor y coraje.

El amor sale al rescate

Y de repente aparece, como morfina para el dolor, como un leve soplo en el oído te da la mano, te transporta a territorio mental seguro y te recuerda que en la hostilidad de la vida hay sitio para la esperanza. Aparece esa persona que te confirma que la realidad duele, que va a ser difícil de superar y que nadie te va a librar de llorar, pero que esas lágrimas se evaporarán y subirán en forma de abrazos al cielo. Un cielo desde donde alguien te da las gracias por tu amor.
Cuando el dolor clava su ancla en el corazón, provocando tal desgarro que hace que en ese momento todo pierda sentido, surge esa mano que te amarra a la vida, que te recuerda que no hay más opción que ser fuerte y que eres el protagonista en la reconstrucción de esta realidad ahora derruida.
En medio de la desolación encuentras abrazos que te ayudan a reconstruir tus pedazos, palabras que exhalan esperanza o lugares que te serenen algo el alma. Si algo tiene de alentador la frialdad del sufrimiento es la marea del calor humano. Quien te mira con el corazón, consigue que su cariño inyecte algo de tranquilidad en medio de este caos emocional. Y estos son los de verdad, los que se olvidan de los desacatos del pasado y recortan toda distancia que os hubiese podido separar, para ayudarte a levantar cuando estés preparado.

¿Por qué? ¿Y ahora qué? ¿Ahora quién?

Y ahora toca cerrar la herida a pesar de los interrogantes, queda aceptar una realidad cambiante cada segundo, un día a día que ya no será como antes pero donde tiene cupo la esperanza a pesar de los pesares. Ahora toca superar un tiempo de sonambulismo, donde de cuerpo sigues las rutinas pero de mente continúas suspendido de unos interrogantes sin respuesta. Y ahora queda obligarse a continuar el viaje con una fortaleza que incluso desconocías tener, con una actitud armada de paciencia y coraje, que con ayuda del tiempo, conseguirá que entre un rayo de luz en esta atmósfera de tristeza e indefensión en la que te ha sumido este mazazo de la vida.
No te culpes por como lo hiciste antes y menos cuando lo hiciste con corazón. El ayer no se parecía al hoy y tú, hoy, no eres el mismo que ayer. Lo que suma es a partir de hoy. Es tiempo de prometerte no dejar para mañana los “te quiero” que puedas decir hoy, no cohibir tus ganas de abrazar y de hablarle con sinceridad al mundo para que aprenda contigo.
Y ahora es cuando nos juramos valorar más lo que tenemos y desprendernos de lo urgente para llevar a cabo lo importante. Ahora es cuando nos prometemos darle el micrófono al corazón.

Sal a tu encuentro.

Hay cosas inexplicables, hay «por qués» incontestables, hay situaciones exentas de razón y cargadas de dolor. Pero hay “para qués” a nuestra disposición y una vida por delante «para que» brillen tu valía y templanza, para que-rerte.
Y quizás no lo sabes todavía, pero saldrás adelante. Inundarás tu casa de lágrimas, seguirás interrogando al mundo sin consuelo, te desprenderás más de lo mundano y fortalecerás tus lazos. Poco a poco encajarás la realidad, volverás a sonreír a pesar de las ausencias, conseguirás respirar la felicidad que mereces y volverás a desprenderte del sufrimiento.
Sé fuerte. Tu vida ya nunca será como fue, pero volverá a ser como mereces que sea: una vida serena, arropada y con satisfacciones.

Te necesitas. Sal a tu encuentro. El mundo quiere volver a verte sonreír.


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