Muchas veces tenemos en frente de nuestras narices las cosas bien claras, y no las vemos, o más bien dicho, no las queremos ver. Porque el amor no puede ser tan ciego, somos nosotros, los seres humanos que hacemos él una fantasía llena de devoción. Queremos creer que la persona a la que amamos es perfecta, la imaginamos llena de cualidades, que ningún mal sentimiento la acompaña o que sería incapaz de una acción incorrecta. No necesito decir que tales circunstancias no existen en ninguna persona y que si la llegamos a ver así, es producto de nuestra imaginación.
Endiosar a alguien es de gran utilidad para escribir grandes poemas o para componer preciosas canciones, pero fuera de lo artístico sólo equivale a ponerse una venda en los ojos.
Para llegar a esta conclusión, tuve que vivirlo en carne propia, entregué mi corazón a quien nunca supo apreciar lo recibido. Porque lo que yo creí y parecía ser amor, nunca lo fue, ya que algo que causa más lágrimas que sonrisas no podría serlo. No sé si voluntaria o inconscientemente yo misma me puse esa venda en los ojos con el pretexto de luchar por lo que amaba, quise hacerme “la valiente” y di todo lo mejor de mí, recibiendo a cambio sólo indiferencia, dudas y algunas heridas internas de esas que no son fáciles de sanar. Quizá no quise ver que era ese tipo de personas que les gusta ir por la vida rompiéndole el corazón a quien sea. Fue difícil aceptar que su amor y el mío, realmente nunca se llevaron bien, porque en donde se suponía haber un equipo terminé jugando sola.
Pero de pronto llega un día que empiezas a cuestionar cosas que al principio no se te hubieran ocurrido y poco a poco se te empieza a caer la venda de los ojos, y empiezas a ver la luz, pero no esa luz que encandila y produce fatiga visual, sino la luz que te hace ver las cosas más claras, esa que hace que te peguntes mil veces sobre cómo es posible que permitieras vivir en esa oscuridad. Admito que este proceso no fue sola, mucha gente que me rodea me lo advirtió y me lo quiso hacer ver desde un principio.
Aprendí que una persona que se encarga de destruir todos los bellos sentimientos que albergan en tu alma para ella, que en vez de ayudarte a volar te corta las alas y te lanza al vacío, no puede ser la persona indicada y tampoco merece un poco de amor. Por lo que simplemente decidí continuar mi camino sola, aceptando que esa persona nunca iba a cambiar, pero que podía cambiarme a mí, que podía cambiar mi vida. Al principio dolió, nunca es fácil reconocer que realmente no te aman y además, ver que en intento te pierdes tú misma.
Fue más difícil de lo que imaginé, pero pude. Y aunque el tiempo pase, no podré borrar algunas cicatrices, pero más valen a una vida sin sentido. La vida sigue y si no me hubiera quitado esa venda de los ojos, jamás hubiera sabido lo que es realmente amar, porque no hubiera podido amarme a mí misma, ya que esos son los cimientos del amor verdadero.
Hoy sólo le agradezco que no me dejara ser parte de su mundo, que me llenara de dudas, que rompiera mi corazón y brincara encima de ellos, que me lanzara al vacío y al olvido obligado. Le agradezco que me dejara caminar a tropezones porque eso me hizo darme cuenta de que puedo levantarme sola y forjar un nuevo camino…
Le agradezco que me abriera los ojos porque hoy puedo mirarme al espejo y reconocerme como la mujer valiosa que soy, porque me hizo más fuerte, más guapa, menos ciega y más feliz.
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