Quiero hacer un parón en medio de toda esta celebración.
A mi memoria ha venido este 25 de diciembre, pero de hace un año. Sí, hoy hace un año que me dejaste por otra, por un camino fácil donde la distancia no era un problema, simplemente porque era lo que tocaba (según tus palabras). Elegiste el camino fácil de alguien que te bailaba el agua, de la que no oponía ninguna resistencia... Alguien dócil, alguien que pegaba contigo, porque estaba a la altura... Era lo que tocaba.
Yo era demasiado. Demasiada energía, demasiada vida, demasiada independencia, demasiado loca... Yo era demasiado para ti... Y, escogiste lo fácil. Lo fácil es cierto que te da esa estabilidad que buscas a los treinta y tantos, pero es aburrido, gris, lineal, cuadriculado... y fácil. Renuncias a aquello que te daba vida, que te hacía ver otras perspectivas, aquello que te hacía sentir cada segundo como único y sin quererlo hacia historia... Nuestra historia.
Me engañaste, me vendiste un montón de planes maravillosos, hubiera renunciado a todo por ti. Hubiera hecho que la distancia fuera mínima, que nuestra historia entrara en las cuatro paredes de una habitación.
Recuerdo tu forma tan rastrera de decirme lo que ya sabía. Recuerdo llamar a Clara llorando a las dos de la mañana, recuerdo esa conversación como si la estuviera leyendo ahora mismo (y eso, que ya no queda nada de ese día. Por no quedar, no quedan ni las fotos de un viaje), recuerdo tus excusas baratas pensando que yo era tonta, tus absurdos premios de consolación... Tus mensajes continuos de amabilidad para intentar quedar bien, porque sabías que lo estabas haciendo de pena...
A día de hoy, un año después, sigue doliendo, y mucho. Mi mayor decepción eres tú, el motero fue una más, pero tú... Eras todo lo que yo quería. Todo lo que hubiera puesto en mi carta de los Reyes Magos. Me vendiste la moto y yo la compré. Me sigues removiendo entera, y hoy no he podido dejar de pensar en ti, en todo lo que me hiciste pasar, en esos 20 kilos que he perdido sin hacer nada, bueno sí, llorar... Llorar como nunca lloré por nadie porque la única imbécil de la historia soy yo. Te creí. Me fié de ti. Me puse a tus pies y me pisoteaste, eso sí, amablemente.
Te odio como nunca quise a nadie, como diría Luis Ramiro. ¿Superarlo? Sí, está hecho, pero que me dejaste rota, hundida e inservible también, y que hubo gente detrás de ti que literalmente me vendió otra moto... para terminar de rematar tu trabajo, también.
Me siento un juguete que nunca volverá a funcionar bien. El 25 de diciembre ya no volverá a ser Navidades... Será el día que tuviste la poca vergüenza de ser claro y dejarme, de ser sincero porque te dejé sin salida, porque al fin te diste cuenta de que tonta no era por muy enamorada que estuviera, por muchos libros de poesía que me regalaras, por miles de mensajes escritos en castellano antiguo que me mandaras, por tanta amabilidad y gestos para quedar bien que me mostraras.
Al final todo sale, nada se queda oculto. Y lo primero que salió a relucir entre tanta amabilidad, es que eres un mierdas con todas las letras. Porque no supiste hacer nada bien, sabiendo cuál era el final. Ni siquiera elegiste bien el día para dejar a alguien. Después, con el tiempo... Tampoco es que hayas mejorado mucho, sigues siendo el chico perfecto y educado que deja mensajes en Instagram. Sigues siendo un mierdas...
Duele sentirse tan gilipollas. Duele saber que jugaron contigo y le diste permiso para hacerlo. Duele el corazón tanto que hasta no puedes respirar. Duele como te rompen en mil pedazos, como algo se rompe dentro de ti, como no vuelves a ser la misma, como tus ojos queman de tanta lágrima derramada, duele el estómago porque se cerró y no quiere comer, duelen las piernas, los brazos, duele el dolor, el alma y los recuerdos... Dejas de ser persona y te conviertes en un ser que nadie reconoce, y que le da igual todo. Empiezas a morir en vida... Y no sé qué duele más, si que te dejen por otra persona o que tú hayas dejado que jueguen contigo de esta manera... Se pierde el autoestima, se pierden los kilos, las alegrías... Aparecen las ojeras y las pesadillas. Ya no duermes igual, y tienes flashes, y por la noche te formas mil historias con las que podrías haber salvado la historia y haber escrito otro final. Y lloras, porque no paras de echarte la culpa. Y no caes en que es él quien decidió el camino fácil, porque eras mucho pollo para tan poco arroz como me dijo Belén en su día. Y no te importa las opiniones ajenas, no te importa que la gente te diga que vales más que él, porque sientes que te mienten... Eres la tonta de turno, que te has dejado engañar por cuatro detalles amables.
Y lloras, y ya no sabes por qué, si por él o por ti, pero lloras, y un año más tarde, lloras, porque no has mejorado nada, porque apareció otro, y el final... fue el mismo, y lloras, porque la única que has perdido eres tú... Y sigues llorando, porque el día 25 de diciembre, se ha quedado grabado a fuego, y lloras porque duele, escuece, molesta y pica... Y sigues llorando porque no encuentras consuelo en nada ni nadie... Y al final... escribes porque crees que te permite soportarlo mejor, ¿y sabes qué? Lloras...
Patri Izquierdo Díaz
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