domingo, 8 de diciembre de 2019

El coche apagado

Todo está controlado. A tu manera, al menos. Ese escudo transparente que colocas dentro de los ojos llevaba demasiado tiempo ahí.

El pasado te obligó a montarlo. Como un cristal tan transparente que nadie repara en él. La luna es también trasera. Quieres ver por todos lados lo que aparezca. Mejor no arriesgar demasiado, pasarlo mal otra vez no es una opción que vayas a consentir con un riesgo tan alto. Siempre con cinturón y sin rebasar la velocidad. Que ya había pasado aquello de acelerar y estrellarte. Que sí, que parecía que todo estaba controlado, pero no. Y quedaron muchas secuelas. El golpe fue tremendo.

Que el corazón no está a todo riesgo. Solo funciona a terceros.

Para tu sorpresa apareció alguien que te miró a los ojos y te dijo:

"¿Qué es eso que tienes delante de los ojos que te hace la mirada un poco más triste?"

Y todavía no sabes cómo, pero va consiguiendo paso a paso que los miedos se difuminen.

Que, de su mano, la velocidad sea correcta. Y que por una vez no te importe que el retrovisor se empeñe por el calor durante un rato. Ya no hace frío. Se para el coche. El corazón late más rápido cada día. El cinturón se desabrocha también. Cuando todo está parado.

El coche apagado.

El silencio de la ciudad.

Y ahora sí, el brillo en la mirada.


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