Parecía la típica niña de papá, pero en realidad era todo tristeza. Todavía pienso en aquella tarde en el bar de la esquina en la que todo sucedió.
Ella leía el horóscopo en el periódico. Yo escuchaba a los Beatles en el móvil.
Entonces algo pasó por mi tripa.
Pensé: "Joder, qué alegría más tonta".
Me acerqué a su mesa y le dije: "Yo solo quiero una noche cualquiera y, si te apetece, si quieres, bailamos".
Ella respondió: "Me gusta la música ligera. Llévame, si quieres, al baile".
Y aquello fue todo. Giramos días como una noria. Nos pusimos muchas veces los pelos de punta.
Algunas veces pensábamos que saldría bien y otros lo resumíamos todo en un "voy a comerte".
Se puede decir que fuimos por un tiempo dos gotas de agua.
Lo que no sabía es que ella tenía un don. El de desaparecer.
Y con su sonrisa de Amélie se marchó.
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