jueves, 25 de abril de 2019

Define el amor, me dijeron en un concierto

Ella me está llevando vida adentro, para descubrir que uno más uno puede ser un millón de tardes nuevas. Que una sola noche torcida puede con un verano pero no con sus caderas. Que ella mueve el mundo con las manos de agotar inviernos, que solo quien la mira entiende de verdad por qué he parado, por qué dejé de ser el joven niño gris de mis canciones y traigo melodías y portazos solo en el recuerdo.

Yo me mantengo en ella, muriéndome en su espalda, pidiendo un bis en el bar de su sonrisa, subiendo la escalera de su noche para cantar lo que me pida. Su mirada es un mar abierto donde siempre hay agua fresca, motivos sin razón por los que brindar, pero motivos, miles de motivos.

Aparte, es fácil rendirse ante alguien que te pide que no olvides tus sueños para que al crecer le puedas tú contar si los cumpliste y poder así escribir por fin la historia llamada El viaje a pie de mi miedo hasta tu boca.

Y así me lava la tristeza, en cada episodio de mi mano en su cintura, como un capítulo 7 de Rayuela pero aquí en Madrid, con su calor de antología, con su permítemelo todo, con su manera de hacer de cada acera un día de boda.

Y en la palabra compañía siempre la encuentro cogiéndole del pelo a mi pasado, rompiéndole el embrague a la nostalgia, ganando la batalla contra el tiempo. Siempre ella, siempre antes, siempre aquí.

No sé si he conseguido explicarlo, estas son unas pocas de las cosas que me hacen amarla, tal vez una lejana definición del amor.


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