- ¿Qué estás haciendo? ¿Matándote en el gimnasio? ¡Mira cómo estás! - le reprocho.
- Lo mismo que tú en la cuarentena o cuando te dejó el motero. Y no me grites - me señala con el dedo.
- Tú siempre has sido el cuerdo de los dos. Yo estaba a por uvas - acepto el disparo.
- Pues, ahora estamos en la misma situación. ¡Solteros! - se sienta en la barra de la cocina a beber su batido de proteínas.
- ¡Alex! ¡Basta! Me estoy preocupando de ti - doy un golpe en la encimera.
- ¿Cuántas veces me he preocupado de ti y no me has hecho ni puto caso? - me mira a la cara.
Respiro. Cojo aire. Y le miro.
- Me voy a ir. Creo que necesitas estar solo. Llámame si me necesitas, ¿vale? - ni me mira.
Cojo mi bolso y decido salir por la puerta pensando en qué más le puedo decir.
- ¿Te acuerdas de la noche que pasamos juntos? La última - asiento - Ese día tomé la decisión. Ella no era la adecuada, y no podía seguir haciéndole esto. Pero sí que era perfecta para mí. Ha sido bonito, Pati. Muy bonito. Y la paz que he tenido con ella, es la que jamás tendré contigo. Soy un estúpido, ¿sabes? De seguir enamorado de la misma mujer que me hace vivir en la calle del amargura. ¿Y qué hago? Dejo a una mujer increíble porque no consigo sacarte de mi cabeza. No quiero que me ayudes, quiero, o que vuelvas conmigo o sacarte de mi cabeza. Pero no voy a estar así siete años más.
Le veo abatido. Consumiéndome. Y es un sentimiento, un hecho que he vivido recientemente. De amor nadie se muere, pero la muerte se siente muy de cerca.
- Me voy... - le miro.
- Huye como haces siempre - me recrimina.
- No estoy huyendo. Quiero estar sola un tiempo... Yo no soy el motero. No te voy a usar si no sé qué siento ni que quiero contigo. Tengo claro algo, que quiero estar sola, al menos un tiempo. Y terminar estando bien para el que quiera estar conmigo.
- Es que yo puedo ayudarte.
- Tú ahora mismo estás tan jodido como yo - le digo - Y dos pollos sin cabeza, no hacen uno...
Se levanta y me coge de la cara para besarme. Y me besa. Pero me aparto.
- No... No soy tu parche, ni tú el mío. No nos faltaba más que hacernos esto.
- ¿Hay alguien más? - me pregunta.
- Te prometo que no - niego con la cabeza - No estoy para nadie...
- Campanilla... - susurra mientras me coge de la mano.
- Es hora de crecer... Lo siento, de verdad, que lo siento. Pero tienes razón en que no podemos seguir otros siete años así - me doy la vuelta y abro la puerta.
- Cásate conmigo y terminemos con esto - me grita desde el medio del salón.
- ¿Ese ha sido el disparo de desesperación? Fíjate en cómo estamos y sueltas eso. ¡No estás bien! Me voy a ir porque al final me propones tener tres hijos como solución a los problemas. Se te está yendo la cabeza muy seriamente.
- Deja de pensar con la cabeza y...
- ¿... déjate llevar? - pregunto terminando su frase.
No dice nada.
- La inmadura aquí soy yo. La que no sabe gestionar las emociones soy yo. La loca a la que la dan flushes soy yo. ¿Cuándo hemos intercambiado los papeles?
- El día que entraste en mi despacho...
- Te quiero, Alejandro... Pero este no es el camino. No es ningún camino porque no nos llevará a nada. Llama a tus amigos, invítalos a comer y dúchate. No dejes de ser tú. Es lo peor que te puede pasar, perderte...
- Me perdí el día que te besé por primera vez - me suelta.
Le miro mordiéndome el labio. Sé que es estar a la desesperada. Lo sé, yo también lo he hecho.
- Luego te escribo. Llámalos y llama a Lola para que limpie todo esto antes de que vengan a casa. Te escribo luego.
Cerré la puerta corriendo y me apoyé en ella. Me duele verle así, tan perdido, triste, desesperado, apagado... Me duele ver a un chico tan grande, tan ahogado en su propia historia que también es la mía. Está claro que no le voy a abandonar, pero que no soy su mejor apoyo, es cierto. Entro en Instagram y hablo con uno de sus mejores amigos... Me dispongo a ayudar en la oscuridad, a ser el ángel de la guarda que él mismo me enseñó a ser. No va a estar solo, porque tanto desde lejos como en primera fila, yo voy a cuidar de Peter Pan.
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