Si ella entra en tu vida, ten por seguro que va a ser como un huracán. Impredecible, devastadora e inolvidable. Alguien que deja huella y que pone tu existencia, tus ideas y todo lo que eres patatas arriba. Y la vas a querer, vaya que sí. Vas a coger adicción a su locura, a sus cambios de planes, a su espontaneidad, a su manera de pensar y a su visión kamicaze de la vida. Te va a parecer que todo a tu alrededor se acelera, que piensas menos y que actúas más. Que lo que no importa por fin va a dejar de importar. Que te vas a dejar llevar olvidándote de pisar el freno y vas a ser feliz. Vas a ser jodidamente feliz. Y cuando llegues a ese momento, y te veas con ella de la mano y a ella mirándote y sonriendo, te vas a quedar ahí para siempre.
El problema es que, como todo huracán, termina por pasar y sigue su camino. Estos son errantes y ella no iba a ser menos. Al final, ella no deja de ser el ojo del huracán, pero tú si terminas de ser el epicentro sobre el que ella gira.
Y, tras su paso, te aseguro que nada vuelve a ser como antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.