viernes, 4 de septiembre de 2020

Casi felices

 Un día me dijiste que las personas como tú y como yo nunca podrían llegar a ser felices del todo. 

Lo hiciste con sencillez y naturalidad -como quien hace tiempo que lo tiene claro-, de la misma forma que me has contado cada una de tus cicatrices, cada golpe en tu vida que yo hubiera dado el alma porque no te hubiera ocurrido y que tú relatas como quien cuenta una película. 

Un día me dijiste que las mentes como la tuya y como la mía nunca podrían llegar a ser felices del todo, y yo en ese momento no supe qué decir. Y no porque la frase me sorprendiera o me afectara, sino porque era lo que yo había pensado siempre. Y de repente ahí estaba una chica, sin saber muy bien cómo ni de qué forma había llegado a mi vida, diciéndome en mi cara todo aquello que yo nunca le quise decir a nadie.

El sol empieza a caer, y aunque pronto el cielo se oscurecerá del todo y dará lugar a esa noche en la que tan a gusto nos sentimos, ahora mismo aún es naranja oscuro, y sus brillos hacen unos juegos de luces espectaculares en tus ojos (tú no me ves mirarte porque estás con tu cabeza sobre mi regazo mirando precisamente ese cielo), y yo te veo más maravillosa que nunca: mi chica dura, siempre tan cómoda en la oscuridad, y siendo tan preciosa en la luz.

Ninguno hablamos, y tampoco hace falta. 

A pesar de que nuestras madrugadas se suelan caracterizar por conversaciones eternas hablando de millones de temas con una botella de vino en medio, ahora “en la luz” tan sólo estamos así: tú con tu cabeza en mi regazo, tu pelo recogido medio deshecho y medio aplastado con mi sudadera, tus ojos puestos en esa luz que parece que nunca va a ser para ti, y mis ojos puestos en los tuyos.

Te he besado, te he mordido, te he visto gemir de placer, te he visto llorar y reír a carcajadas, y sin embargo ahora es cuando me pareces más maravillosa que nunca, porque aquí es donde veo lo que eres: una niña jugando a ser mujer, una mujer que no quiere dejar de ser niña.

Ahí afuera la vida nos asfixia, siempre lo ha hecho. Nosotros no conocemos la paz, el bienestar. Desde pequeños la vida nos dejó claro que no le caíamos bien, y llegó un momento en que simplemente, en vez de estrellarnos contra muros intentando cambiarlo, sencillamente nos dio igual.

Y nos encontramos. 

Dos locos incomprendidos por el mundo, dos seres que acabaron guardándose para sí sus pensamientos antes que rendirse a la necesidad de exteriorizarlos y ver la incomprensión en los ojos de las personas que apreciaban, la mirada extraña de quien no está comprendiendo ni una sola palabra de lo que arde dentro de ti.

Somos la prueba de que dos mentes emocionalmente inestables, juntas, hacen una estabilidad más fiel que la de cualquiera de esos cuerdos. 

Mis manos se van hasta tu nuca, acariciándotela, y tus ojos se cierran, esbozando una sonrisa tranquila. Te acomodas un poco más y me miras de reojo, clavando tus ojos en los míos por unos segundos. Yo te contesto esa sonrisa con otra igual, la tuya se ensancha un poco más, y vuelves a mirar a la luz naranja tras el cristal, mientras inspiras y sueltas todo el aire por la nariz.

Yo te abrazo un poco más fuerte, sólo un poco, miro también hacia el mismo lugar que miras tú, y respiro.

Ambos respiramos. Con el otro al lado. En paz.

Supongo que esta es nuestra manera de ser casi felices.

Y, por un segundo, no puedo evitar pensar que nuestra casi felicidad es mucho más verdadera en este instante que la aparentemente plena de otros, con su vida estable, su mente tranquila, y su no comprensión (su imposibilidad de comprensión) de lo que arde.



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