Cuando ríe, dejas de preocuparte por intentar controlar todo. Asumes que no hay futuro perfecto, sino presente por vivir. Que el pasado, realmente, sólo son historias que nos construyen, pero no nos definen.
Cuando ríe, por fin comprendes que todo se resume en dos colores, igual que en una ruleta: rojo y negro. Y la única diferencia es que en la vida no decide el azar, sino tú mismo.
Puedes escoger el negro y ser lo que quieren que seas. Teñir tu existencia de un tono "oscuro rutina", evitar fracasos dejando de intentar cosas -convirtiendo así lo que sueñas en imposible- y vivir en función de lo que pueden llegar a pensar los demás sobre ti. Escoger esto y te convertirás en un muerto en vida. Y lo peor es que te aseguro que no serás el primero en haberlo escogido.
O también puedes saltar, sin medir distancias. Querer, sin prevenir por desamores. Intentar conquistar sueños como si no existiese la palabra fracaso -menos aún quienes puedan llegar a llamarte fracasado-. Haciendo lo que quieras cuando quieras porque, simplemente, es lo que quieres. Viviendo así tu vida será roja. Quizá por la sangre que vayas derramando en cada hostia que la vida te va a ir dando, o quizá porque no hay color que represente más la pasión y el estar vivo.
Yo, por mi parte, siempre fui el que soñaba una vida roja y vivía en una vida negra. Era de locos. Los demás me importaban más que yo. Pero, eso era antes. Antes de conocerla. Ya no pienso ni en la gente, ni en mi vida teñida de negro. Tampoco necesito controlar todo.
Sencillamente, desde que la tengo a mi lado, vivo en lo que un día cantó Robe:
"Cuando ríe, el mundo entero me da igual".
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