Ella no lo sabe, pero está equivocada.
Mira que intento que se entere, pero siempre que saco el tema ella sólo hace sonreír y hasta rompe a reír, y suelta alguna frase hecha como “qué tonto estás” o algo así y no me deja seguir hablando.
Y yo que pretendo hacerle ver que no estoy bromeando, pero nada.
Ella no se dejó impresionar por lo que siempre pongo por delante a modo de barrera, a modo de brillo. No. Ella apartó eso sin darle la menor importancia y se empeñó en ver qué había dentro. Donde nadie mira nunca. Donde me hicieron creer que nadie se interesaría a mirar nunca.
Ella fue inmune a mi palabrería, a mis dotes de impresionar, a mi verborrea y a mi manera de hacer ver que todo es genial. Ella, no sé cómo, porque te juro que no lo sé, acabó haciéndome sacar todo eso que nunca quiero sacar con nadie.
Yo no quiero que le brillen los ojos con mis juegos de manos, con mis fuegos artificiales, con mis trucos de chico seguro de sí mismo que tiene todo bajo control.
Ella no es como las demás.
Ella me miró y aún no sé por qué demonios porque te juro que no hay día en que no me devane la cabeza intentando encontrarle explicación pero se quedó.
Se quedó a mi lado.
Ella podría haber compartido un par de conversaciones conmigo, llenar su ego e irse.
Ella podría haber cenado alguna que otra vez, protagonizar unas cuantas escenas de cama, y marcharse con su medalla.
Ella podría haber puesto mil excusas, que era muy complicado, que tenemos mundos muy diferentes… pero en lugar de eso se remangó, se recogió el pelo con un lápiz y me miró a los ojos diciendo que saldría bien si queríamos que saliera bien.
Y se quedó.
Ella me valora como yo que tanto me quiero jamás llegué a hacerlo, y hasta un día la escuché hablar sobre mí con sus amigas y aún no sé cómo describir lo que sentí al hacerlo. Nunca había sentido tanto… ¿Amor? No sé, no creo que sea eso, al menos no aún.
Tanta pureza, tanta ilusión, tanta bondad.
Sí, tanta bondad.
Ella es una buena persona.
Y esta frase, que puede parecer tan simple, es lo más bonito que puedo decir de ella.
No es tan fácil encontrar buenas personas hoy día.
Yo no soy tan impresionante como ella cree, ni tengo nada bajo control, ni soy tan indestructible, ni tan inteligente. Yo sólo soy un buen ilusionista. Y yo le repito todo esto, y le cuento que me mira con demasiados buenos ojos, que no se distraiga con mis juegos de manos, con mis fuegos artificiales, que soy inmaduro, caprichoso, demasiado orgulloso.
Yo intento hacerla entrar en razón, pero no hay manera: ella pasa.
Ella sólo sonríe, y hasta rompe a reír, y suelta alguna frase hecha como “qué tonto estás” o algo así y no me deja seguir hablando.
Sí, ella está equivocada… pero ya no quiero convencerla de ello.
Ya lo único que pretendo, día a día, es parecerme un poco más cada vez a ese hombre que ella cree que soy.
Quizás algún día lo logre.
Desde luego, jamás tuve un propósito tan puro en mi vida.
Jamás nadie me había merecido la pena tanto como para tenerlo.
Y es que ella podía haber hecho un millón de cosas, pero de todas las que podía hizo la única que no esperaba.
Ella se quedó.
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