Perdió el sentido en el momento en el que nos dio miedo hacer el loco. En esos instantes en los que nos miramos a los ojos, y algo entre nosotros dibujó la raya que delimitaba lo ambicioso que podíamos llegar a ser soñando juntos.
Éramos un puto Titanic, algo espectacular que no podía durar mucho. Y duró lo que duró. Demasiado, teniendo en cuenta que cada uno estaba con su guerra. Yo en la de cómo hacerte feliz, tú en la de cómo podías ser feliz conmigo.
Al final, en fuego cruzado de sueños que apuntaban demasiado alto, de diferentes perspectivas de futuro y de palabras que sustituían cada vez más a los besos, nos rendimos, entendiendo que lo nuestro era, desde el principio, un destrozo destinado.
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