Bailas en medio del salón con una camiseta mía como única prenda en tu parte superior, con una copa en la mano, los ojos cerrados, el pelo suelto danzando al compás con tus movimientos, lentos y elegantes, y una sonrisa en tus labios rotos.
Tus labios siempre están agrietados, resecos, y por muy raro que suene, te dan una belleza excepcional. Única y personal. Como toda tú.
“Labios rotos”, un día te dije que no había mejor forma de describirlos, por lo que son por dentro y por fuera. Lo hice sin pensar, tal como lo sentí, y te encantó. “Desde ahora siempre seré la chica de los labios rotos”, me dijiste, justo antes de besarme con ellos.
Eso fue hace unas semanas, cuando jugar con fuego aún era divertido y lo único que podía pasar es que de vez en cuando me quemara en algún descuido como quien toca por un instante la olla hirviendo sin querer: unas risas, el dedo bajo agua fría durante unos segundos y no había mayor problema.
Hoy te miro mientras bailas y siento cómo prendes la habitación entera.
Hoy te miro mientras bailas y huelo a carne quemada.
Y sé que soy yo.
Pero lo que decía: que bailas en medio del salón con movimientos lentos y elegantes, y es curioso y hasta gracioso, porque no derramas ni una sola gota de tu copa.
Y digo esto porque te lo he mencionado antes y tu sonrisa se ensanchó sin parar de bailar y sin abrir los ojos. Y digo esto porque me sigo sorprendiendo a mí mismo de cómo puedo seguir con la naturalidad, la ironía y nuestro sarcasmo como si no pasara nada mientras siento que todo dentro de mí se va incendiando. Y digo esto porque esa simple sonrisa sin abrir los ojos, sutil, natural y espontánea que has esbozado al oírlo me han hecho verte (otra vez) absolutamente preciosa.
Así que ahí estás, bailando sin derramar ni una sola gota (de vez en cuando te llevas la copa a los labios -rotos- y le das un pequeño trago), con una camiseta mía, con el pelo suelto, con movimientos lentos y elegantes, y mientras toda la habitación está en llamas.
Y no hay salida.
De verdad, no la hay.
Yo creía que sí, yo durante mucho tiempo me he estado diciendo que sí, pero no la hay.
¿Notas tú también que te quemas? ¿Sientes que todo tu alrededor arde también?
No lo sé.
No lo sé, y no lo puedo preguntar.
Preguntarlo es romper las reglas, traer la manguera, darle a la alarma de incendios y que del techo se disparen los aspersores. Y fin del juego.
Sé jugar. De hecho, llevo muchos años en que no hago otra cosa. Mi vida es jugar, me gusta coger las cerillas, y las velas, y quemarme un poquito, y ver cómo la otra persona se quema, y disfrutar de ello.
Pero hace mucho tiempo que no me pasaba esto.
No sé cuándo ni cómo, pero cuando me ha dado por mirar todo está en llamas.
Será tu risa espontánea y sincera, el brillo de tus ojos, el rubio oscuro de tu pelo mezclándose con el moreno de tu piel; serán esas locuras que tienes, esos impulsos, esa dulzura.
Serán tus labios rotos, que ya no quiero que me besen otros ilesos nunca más en mi vida.
Dentro de un rato, o mañana, o cuando sea, saldré de esta casa, y volveré a decirme que no es para tanto, y me entretendré con otras mujeres que no queman, sólo brindan calor, y me esforzaré por no pensar en si habrá algún hombre más al que le bailes en medio de tu salón, y volveré a intentar curarme las quemaduras.
Ojalá te estés quemando tú también.
A veces pienso que sí, que está claro, que sólo hay que mirarte conmigo.
Otras pienso que no, que solamente cuando eso te ocurre metes el dedo bajo el agua fría unos segundos y no te supone mayor problema.
Nunca nadie me había hecho dudar.
Este es otro dato en el que caí cuando ya estaba todo ardiendo.
Por si llega un día en que el incendio sea tan salvaje que ya no pueda hablarte, por si algún día todo se consume y ya no podemos oírnos, quiero decirte que jamás he visto a nadie más preciosa que tú en este instante.
Que tú bailando en medio del salón con una camiseta mía como única prenda en tu parte superior, con una copa en la mano, los ojos cerrados, el pelo suelto danzando al compás con tus movimientos, lentos y elegantes, y una sonrisa en tus labios rotos.
Esos labios que un día te dije que no había mejor forma de describirlos, y que a ti te encantó. “Desde ahora siempre seré la chica de los labios rotos”, me dijiste, justo antes de besarme con ellos.
Y entonces me rompiste a mí.
Eso fue hace algunas semanas.
Hoy te miro mientras bailas, y la habitación está en llamas, y la puerta de salida está totalmente inaccesible ya por el incendio.
Es inviable pensar siquiera en la remota posibilidad de escapar.
Siempre me he dicho que no, que podría hacerlo si veía que el fuego se descontrolaba, pero no era cierto.
Ya no hay quien se salve.
Así que sigue bailando, mi chica de labios rotos.
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