sábado, 5 de septiembre de 2020

Para cuando te vayas

 ¿Te has preguntado alguna vez qué es exactamente enamorarse?

Yo siempre he rehuido de esa palabra. Muy pocas veces la he utilizado en mi vida para definir mi estado hacia alguien, y menos aún me la he creído cuando alguien la ha usado para describir lo que sentía por mí.

Creo que es una palabra reservada para casos muy, muy elegidos. Que hay muy poca gente enamorada, enamorada de verdad, lo que pasa que a veces lo confundimos (o queremos hacerlo) con ilusión, atracción, intención, ganas, o incluso desgraciadamente, costumbre.

Estás tumbada en la cama, bocarriba, con los ojos cerrados. Una camiseta blanca muy corta, justo hasta unos centímetros por debajo de tus pechos, un short de pijama negro. Nada más. El pelo derramado sobre la almohada, tus uñas pintadas de negro, tu piel tan bronceada. Debe ser sobre la una de la tarde, y la claridad se cuela por las rendijas de la persiana a medio bajar, haciendo juegos de luces en tu vientre tan bonitos que me quedaría mirándolos todo el día. O toda la vida.

Respiras tranquila, y tienes una sonrisa congelada en los labios. Quizás, simplemente, estás donde quieres estar. Quizás solamente estás en paz. Aquí, en este momento, sin pensar cuándo hemos llegado aquí o cuándo se acabará. 

¿Sabes? Estoy cansado de las guerras internas. Tú no lo sabes (quizás te haces una lejana idea) pero aquí dentro todo son guerras. Hay demasiadas heridas abiertas, demasiadas dolor, demasiadas cicatrices. Hace mucho tiempo que algo no funciona bien. Hace mucho tiempo que algo está roto.

Nunca he querido que nadie llenara ese hueco. Nunca he creído en ello.

Y de repente llegas tú, sin ser más ni mejor que nadie (o siéndolo infinitamente), y solamente con tu forma de ser empiezas a ir por un lugar hasta ese momento inhabilitado. Y abres camino. Y caminas.

Probablemente te vayas. O me vaya yo. O nos vayamos ambos.

Probablemente un día no estés aquí, y yo recuerde este momento con nostalgia, con tristeza o, peor aún, fingiendo que no sentí lo que sé que estoy sintiendo ahora.

Es sólo que en este momento, en este preciso instante, en que estás en esta cama tumbada bocarriba, tienes la sonrisa congelada, el pelo derramado en la almohada, y la claridad que se cuela por las rendijas de la persiana hace maravillosos juegos de luces en tu vientre, me siento en paz.

Yo, en paz.

No te haces ni una mínima idea de lo que significa eso.

No sabía que yo podía aún sentir eso.

No diré nada. Alargaré este momento todo lo que pueda. Como si fuese para toda la vida, aunque sepa que nada lo es. Como si no pasara nada. Como si no entendiera que por mucho que siempre haya rehuido de la palabra, esto que siento dentro ahora mismo es la prueba inequívoca de que estoy enamorado de ti.

Has pausado mi guerra. Con susurros, sonrisas, seguridad y paciencia.

Mis soldados han oído tu canción y han tirado las armas al suelo mirándose unos a otros. Y se han puesto a llorar.

No sólo has logrado que te quiera, has logrado que me vuelva a querer a mí.

Yo, que soy de maltratarme tanto.

Se me sube un nudo a la garganta que trago a duras penas, pero el sutil sonido al hacerlo hace que entreabras los ojos y me mires. Te miro, sin gesticular, y tu sonrisa se ensancha, mientras tu mano busca la mía. Me deslizo sobre la cama, y pongo mi mejilla en tu vientre. Tu mano desocupada me acaricia el pelo, y no puedes ver que yo, al igual que mis soldados, derramo una lágrima en este momento.

Probablemente te vayas. O me vaya yo. O nos vayamos ambos.

Probablemente un día no estés aquí y mis guerras internas sean más crueles que nunca, pero en este momento, en este preciso instante, me siento en paz.

Cierro los ojos, y respiro.

Respiro.

Hacía siglos que no lo hacía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.