Ella es beso que rompe el silencio del metro por las mañanas. Y la quiero. Cómo no quererla, si nos miran como si hiciéramos algo prohibido cuando en realidad se mueren de envidia. Algún día escucharemos a algún músico callejero cantando una canción inspirada en el momento en el que las paradas del metro nos separan, y somos el motivo por el que el sol se esconde detrás de las nubes para llorar sin que le vean.
Pero eso llueve tanto últimamente por aquí.
Cualquier excusa es buena para cogernos de la mano y correr. Juntos vamos a doscientos kilómetros por ahora, y tan felices. Y si nos damos una hostia, porque nos la tenemos que dar, estoy seguro de que vamos a follar en el suelo para celebrarla.
M encanta eso de que ambos sabemos que Madrid sin amor es como China sin su muralla. Y así estamos, coleccionando escaparates madrileños frente a los que nos hemos besado.
Cuando hablo de ella, no sé ni cómo llamarla. No es una más como para llamarla "amiga", ni tampoco sé si ya estoy preparado como para llamarlo algo más. Pero cuando pienso qué pinto aquí, en una ciudad tan lejos de casa, de repente me llama y sólo pienso en correr hacia donde me diga.
Con ella no pienso, sólo vivo en el vértigo que producen las prisas de Madrid.
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