viernes, 4 de septiembre de 2020

Y presumir de ti

 “Lo que más me gusta es cómo presume de ti”,  oí que te decían hace unos días cuando creían que yo no escuchaba.

Yo, el que siempre me había antepuesto a cualquiera, el que siempre se ha andado con mucho cuidado de no airear lo que sentía por nadie, por si acaso.

Tienes los ojos cerrados. Y yo te miro.

Sé que sabes que lo estoy haciendo, porque de vez en cuando se te escapa una sonrisa, aunque no los abres. Sólo carraspeas suavemente, te acomodas y sigues tal y como estás, tendida bocarriba, con tu vestido de seda marrón haciendo pliegues sobre la arena.

El sol hace tiempo que decidió alejarse haciendo pasar al cielo del celeste con el que nos recibió a un tono azul muy oscuro, y yo te observo.

Empiezan a oírse voces de los restaurantes y pubs que hay cerca, gente joven que inicia la noche, farolas que comienzan a encenderse y letreros que se iluminan, pero yo sólo te observo a ti.

Te observaba antes cuando caminabas sobre una delgada línea en la arena que habías hecho tú misma, como una malabarista con los brazos en cruz para mantener el equilibrio, te observaba cuando más tarde te quedaste mirando el mar hipnotizada mientras el sol iba cayendo, entrecerrando los ojos por la brisa con la sonrisa congelada, y te observo ahora aquí.

Así.

Tu pelo derramado en la arena, tus pómulos marcados, tu pequeña nariz, tus labios entreabiertos sin gesto. Observo tu cuello desnudo y a tu garganta tragar saliva, tu clavícula, esa donde me sujeto sin caer al vacío desde que entraste en mi vida, el comienzo de tus pequeños (y perfectos) pechos y las curvas que los inician antes de que la tela del vestido que tanto adoro me corte la fiesta ocultando el resto.

Tu vientre alzándose y bajando en tu respiración tranquila, el muslo de tu pierna derecha al descubierto (ya que la planta del pie la tienes apoyada en la arena, la izquierda está totalmente estirada), y gracias a eso el vestido se te ha subido hasta dejar patente milímetros de tu ropa interior negra y kilómetros de la demencia que provoca eso en mí.

La pulsera negra, fina y medio deshilachada de tu tobillo derecho, tus pequeños pies.

Tú. Toda tú.

Y yo te miro, y pienso cómo puede ser que tengas tanto en apenas un metro setenta.

Y sé que son cosas que no te digo, ni tú las pides, pero las siento. A veces te miro y pienso si de verdad podrás imaginar hasta dónde llega todo esto que estás creando. Tú, con tu persistencia, con tu cabezonería, con tu confianza en esto.

Aún recuerdo la primera vez que te vi, cuando venía de una de decepciones que ni te haces una idea y pensé que eras la chica perfecta para olvidar: guapa, inteligente, irónica, aspecto de chica dura que no me iba a venir con victimismos, que sabía cuidarse sola.

Pensé que eras la chica perfecta para olvidar, pero al final resultó todo lo contrario: eras la chica perfecta para recordar.

Para recordar lo que quería. Para recordar quién era.

Y desde que recordé quién era yo no se me olvida ni por un solo instante lo que eres tú.

Y lo único que me sale es presumir de ti.

Tienes algo que me hace ser diferente.

Tienes algo que hace impedirme que me calle lo que siempre opto por callarme, que no diga aquellas cosas que prefiero no decir. Simplemente te miro, sonríes, me hablas con tu voz susurrante y tranquila, me das esa calma, esa seguridad, y empiezo a decirte todo lo que siento como hipnotizado. 

Y solo me doy cuenta de que lo he vuelto a hacer una vez más cuando nos despedimos y salgo de ese “hechizo”.

Entreabres los ojos, y me ves aquí, mirándote.

Sonríes, dejando ver tus dientes, y me preguntas si te estoy “acosando con la mirada” (a saber qué quiere decir eso). Como por esta vez no quiero entrar en una de nuestras absurdas y maravillosas guerras a ver quién dice la tontería más grande (en las cuales nos podemos tirar un buen rato), simplemente niego con la cabeza, sonriendo, y tú, sin quitarte la sonrisa, te mueves un poco para estar aún más cerca y apoyas tu nuca en mis piernas, acomodándote un par de veces y suspirando profundamente como señal de que has encontrado la posición.

Te acaricio el pelo distraídamente, y tu sonrisa empieza a congelarse hasta transformarse de nuevo en unos labios entreabiertos sin gesto, comenzando a dormirte.

Cuando te conocí ni siquiera podías dormir si había alguien contigo.

Hoy te duermes solamente porque estoy yo.

La inseguridad que tanto se adueñó de tu vida desaparecida, vencida y pulverizada por dos torpes que jugando a querer ser mejor que el otro descubrieron que en realidad como de verdad eran insuperables era juntos.

“Lo que más me gusta es cómo presume de ti”, oí que te decían hace unos días cuando creían que yo no escuchaba.

Y lo que no entiendo es cómo podría no hacerlo. 

Le hablo de ti a quien me quiera escuchar, les hablaría de ti a todos los seres que me cruzo por la calle para decirles lo injusto que es que no te conozcan, y estoy empezando a ser de la opinión de que todas las chicas que se llaman como tú deberían pensar seriamente en cambiarse el nombre.

No lo hago para que nadie de mi pasado se entere de que tú eres mejor que cualquiera, no lo hago para que nadie del tuyo sepa que yo sí te cuido, no lo hago por ninguna otra razón que no sea el simple hecho de que estoy orgulloso de lo que eres y de estar contigo.

“Lo que más me gusta es cómo presume de ti”, oí que te decían hace unos días.

A mí lo que me gustaría entender es cómo no lo hizo nadie antes de mí.

Por Dios, qué de idiotas hay en este mundo, ¿No?

Me encojo de hombros, mirando al horizonte, a esa oscuridad que ahora comienza a unir la línea entre el cielo y el agua haciéndolos uno, y sonrío.

En fin, mejor para mí.

Ahora estamos donde debemos estar.

Yo respirando de tu cuello, y tú durmiendo sólo porque estás conmigo.

Voy a escribir sobre esto, supongo que no te sorprende.

Ya sabes.

Para que el mundo entero se entere de que presumo de ti.



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