viernes, 4 de septiembre de 2020

No tienes que pedir perdón

No tienes que pedir perdón

No es necesario que hablemos.

A mí no me hace falta que hablemos.

Me vale con estar así, ambos en la misma habitación. Con estar a tu lado mientras sientes tu espacio, con dejarte en el perfecto equilibrio entre sentirte en esa soledad que necesitas y a la vez que tengas claro que no estás sola. Me da igual que digas que no hace falta, que no tengo por qué hacerlo, que no lo pidas.

Las cosas más sinceras se hacen sin que haya que pedirlas. De hecho, se hacen al darte cuenta de que el otro las necesita incluso aunque no se dé cuenta que las necesita.

Te veo dar vueltas por la habitación como un cachorro inquieto, te vas hacia la ventana y apoyas tu frente en el frío cristal, regresas a la cama, te sitúas de espaldas a mí en el otro extremo, te vuelves y pones tu cabeza en mi abdomen.

“Lo siento”, susurras, casi imperceptiblemente.

Deja de pedir perdón. Sé por lo que estás pasando. Y no tienes que pedir perdón.

No tienes que pedir perdón porque las sombras te hayan alcanzado y no sepas cómo salir de ellas, porque estés nublada, porque no veas la luz.

No tienes que pedir perdón porque el mundo en este momento te haya arrinconado a un lugar oscuro y ni siquiera tengas ganas de seguir luchando.

Estoy aquí, y no lo hago porque seas importante para mí, porque sienta que es mi deber o porque te quiera: lo hago porque me sale con toda naturalidad hacerlo. Porque quiero hacerlo.


Dime, ¿Qué clase de ser (ya que no nos ponemos etiquetas) sería yo si solamente te dedicara un par de palabras alentadoras que en tu estado te entrarían por un oído y te saldrían por otro y esperara en mi mundo a que regresaras del tuyo para darte un abrazo al volver? 


No pienso darte un abrazo al volver. El abrazo te lo doy mientras estás atrapada.


Deja de pedir disculpas, deja de sentirte mal por ello, deja de pensar que eres una molestia, un peso o una carga para mí. 

Estoy contigo.

He estado contigo mientras reías a carcajadas, he estado contigo mientras te veías imponente, segura de ti misma y siendo mujer todoterreno, he estado contigo de viaje mientras saltabas y no parabas quieta llena de vitalidad, he estado contigo haciendo el amor como salvajes, y pienso estar contigo ahora despeinada, con ojeras y con el alma en cuidados intensivos.

Aún no te das cuenta ¿Verdad? 

Para mí todos esos lugares son lo mismo, porque todos esos lugares son contigo.

Estoy contigo.

No se me ocurre un sitio mejor donde estar.

Y no te voy a decir nada de esto, porque sé que solo te haría llorar más, y volverías a darme unas gracias repetidamente que no tienen por qué salir de tu boca, y volverías a sentirte mal porque yo sé lo que es eso, yo sé lo que es que la tristeza te clave sus zarpas en el alma y se quede ahí, enganchada, sin que nadie lo entienda y sin que tenga visos de salir.

No te voy a decir nada sobre ello. Ni que se irá, ni que no, ni que pasará, ni que no.

No te voy a decir nada sobre ello porque no necesitas oír nada sobre ello.

Sólo quiero que sigas dando vueltas por la habitación, que vayas hacia la ventana y apoyes tu frente contra el frío cristal, que regreses a la cama y te sitúes de espaldas en el otro extremo del colchón o que te pegues a mí y pongas tu cabeza en mi abdomen. Que sientas esa soledad que necesitas a la vez que tengas clarísimo que no estás sola.

Que nunca vas a estar sola.

Riendo a carcajadas, sintiéndote imponente y segura de ti misma, de viaje mientras te rebosa la vitalidad, haciendo el amor como salvajes, o despeinada, con ojeras y con el alma en cuidados intensivos.

En toda circunstancia, voy a estar contigo.

No se me ocurre un sitio mejor donde estar. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.