A veces no hay que estar detrás de una ventana, a veces hay que bajar y salir. Salir al mundo y probar, cometer errores, empezar a vivir sin condenarnos por ellos. Sin culparnos, sin hacer de nuestras heridas nuestra mejor armadura, hay a veces que solo hay que lanzarse y empezar de cero.
Viviendo y exprimiendo cada segundo del momento, de ese sol de invierno que sienta tan bien, de ese paraíso que te regalas cuando sales de casa, cuando bajas de esa ventana.
Porque al final, esa ventana de Gran Vía era mi torreón. Una vida que jamás quise, y que llegué a aceptar por un hombre al que quise más que a mí. Ese fue mi error. Que le quise más que a mí... Dónde estaba segura, donde todo era fácil, donde mi futuro estaba planeado y mi presente era un hecho.
Lo fácil no nos gusta, cuando encuentras ese área de confort nos limita y nos condena a seguir en un pasado absurdo, a esperar a que esa persona que un día se fue sin mirar atrás, vuelva, y la vida es eso que desprecias mientras esperas.
Daos tanto tiempo al tiempo que la vida se pierde, una vida que es corta y que ella sí que no regresa, se va y no vuelve jamás.
Patricia Izquierdo Díaz
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