jueves, 17 de enero de 2019

La realidad supone un buen negocio para la imaginación

Estoy agradecido a la imaginación,
amiga diligente que reserva
hotel en cualquier sueño.
Yo sé que busca ofertas, anota direcciones,
negocia por teléfono los días
y me invita a viajar lejos de mí.

Celebro su lealtad, pero también es hora
de que mis voluntades y sus sueños
se reúnan por fin en esta plaza
tomada por la gente y el otoño,
y que mi realidad
no sea una distancia, una pregunta
de extranjero, un adiós
rodeado de abrigos y horas muertas.

Por ejemplo aquel lunes
de vuelta a la ciudad. En el andén
el tumulto era lluvia sobre un pájaro muerto.
Pensé que la encontraba,
que me había engañado
al contarme el horario y el rumbo de su viaje
y volvía conmigo.
Pero no estaba allí,
entre las plumas negras del cielo cotidiano
y el reloj pensativo de la sala de espera.

Tampoco aquella noche
en el televisor. La casa ardía
turbia como la luz de una catástrofe.
Pareció que llegaba junto a las ambulancias,
destello silencioso
que caminaba firme
entre los cuerpos vivos
y el orden roto de las estadísticas.
Era sólo un error.

Estoy agradecido
a la imaginación: un arma blanca
en ojos solitarios.
Pero me gustaría que fuese más realista,
realista como octubre,
por lo que dice de la piel y siente.
Que sus viajes cambiase
los hoteles del sur por nuestra casa.

Luis García Montero


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