Ha sido un fin de semana bastante ajetreado. Últimamente es
raro que llene de planes mi fin de semana, no por nada, porque necesito tiempo
para estudiar y la vida no me da más de sí. Pero el viernes decidí que no
quería parar, que el tiempo de estudio puede esperar… podría inventarme mil
escusas para justificarme, como que estoy cansada. Que necesito salir. Que hace
mucho que no me como el fin de semana con patatas como a mí me gusta. Que
últimamente mi vida me sabe a rancio… podría excusarme, pero es domingo. Día de
estar en casa… y darme cuenta de que si no he parado es porque no quería pensar.
No me he permitido el lujo de acordarme de lo que paso el viernes. Me he negado
a pensar en él, otra vez.
Después de cuatro meses, vi su cara cruzando el lumbral de
la puerta del mismo bar, donde nos hemos encontrado mil veces. Reconozco que no
veo de lejos. Pero nada más que paso, le vi. No iba el primero de su grupo de
amigos. Llevaba un abrigo negro, con pelo en la capucha. Unos vaqueros
claritos. Un jersey granate a conjunto con la camisa de cuadros que llevaba
debajo. ¿Por qué va siempre va tan guapo? Bueno vale, esa no es la pregunta
correcta… ¿Por qué es tan jodidamente guapo? Pasan los años y se me sigue
cayendo la baba cuando le veo, como la primera vez que me lo cruce en el
instituto.
Me puse nerviosa. Fue una mezcla de alegría al verle, de miedo,
de enfado… No penséis que me levante y fui corriendo a sus brazos. No. Eso
Belén no puede hacerlo. ¿Qué es lo que mejor se me da? Mire para otro lado, me
puse la armadura, mi cara de “todo me la resbala” y seguí hablando con mis
amigas. Si, hice como que no existiera. Vamos, lo que he hecho muchas veces y
lo que llevo haciendo durante cuatro meses.
Sé que está mal, sé que una vez que lo vi no daba pie con
bola a lo que estaba comentando, sé que llame perra a mi amiga cuando ella si
fue a saludarle. Pero es que no puedo
controlarlo. Hay algo en mi que siempre me ata y me dice… “no, hoy no te toca a
ti.”
Nos fuimos. Y me escribió para decirme donde estaba. Y yo,
como siempre, volví. Porque por él estuve, estoy y estaré. Y cruzare el océano
si me lo pidiera. Aunque no quiera. Aunque lo haga enfadada. Y supongo, que
como siempre, volvimos a nadar en la misma dirección.
Se sentó con
nosotras, él hablaba con mi amiga, yo con su amigo. Lo de siempre. Me miraba de
reojo y comentaba lo que decía. El también llevaba puesta la armadura, sabía
que le iban a llover palos cuando se dirigiera a mí. Supongo que me conoce. Y
también llevaba puesta su cara de culo, de “esto no me gusta y me estas
inflando, Belén”. Así que cuando me canse de ponerme a prueba, me fui a casa.
Mentiría si dijera que no esperaba que corriera detrás de
mí. Y que me dijera que me ha echado de menos estando a 8000 kilómetros de
distancia. Pero no fue así… me tocaba mover ficha. Dude en irme a dormir con
toda la dignidad que tengo o escribirle y ser feliz cinco minutos. ¿La verdad?
Ninguna de las dos me entusiasmaba. Sabía que las dos, me traerían un domingo
de rayadas. Por lo que sin pensar, de manera impulsiva, le di a enviar en mi
móvil. Su respuesta no tardó en llegar. Quería que bajara a mi portal para
hablar.
¿Hablar? ¿Es que hay algo que no nos hayamos dicho ya
después de 6 años de relación mortal? Baje, aunque lo último que me apetecía
era hablar con él. Nosotros no sabemos hablar. Nosotros discutimos y en un
impulso nos comemos la boca. SI, es brusco, pero es que nosotros somos así.
Como el perro y el gato. Como tom y jerri…
Estaba distinto. Nos hemos hecho mayores, pensé. Hablamos.
Me puso al tanto de sus cosas. Me recordó que esta vez fui yo la que le echo de
mi vida, y yo le eche en cara que no hizo nada por evitarlo. Había mucha
tensión. Muchas preguntas en el aire que no sabíamos si contestar. Preguntas
como ¿te has acordado de mí? ¿Me odias mucho? ¿Quieres estar como antes? Y
confesiones dolorosas… te voy a querer siempre. Siempre te busco. No puedo
besarte porque no quiero acordarme porque estoy enamorado de ti… estoy
conociendo a alguien, las cosas han cambiado…
Solo pude mirar por la ventana de mi coche y ver como se fundía la luz de la farola. Dentro de mí había algo que también se estaba
apagando. Como pude, le dije que lo entendía. Y lo entiendo, no mentí. Yo he
fracasado muchas veces en el intento de superarle. ¿Quién soy yo para negarle
que lo intente? Pero no pude desearle suerte…
Me abrazo. Y fue como cuando estas rota en mil pedazos y se
quieren pegar otra vez, a base de fuerza. Se sujetan, pero cuando lo sueltas,
se vuelven a caer…
Nos abrazamos mucho. Y nos besamos. Le había echado tanto de
menos… pero no sé si es otra despedida. Quizás otro de nuestros… nos vemos
pronto. Y no sé si estamos cada vez más cerca de volver a retomar lo nuestro,
como piensa todo el mundo. O cada vez más lejos. Pero estoy bien.
Cuando volví a casa, me sentía en calma. Mi amiga, mi
pequeña escudera, me esperaba para hacerme hueco en la cama y adormilada, como
siempre, me preguntaba cómo me había ido. La molestaba la luz y a mí me
molestaba recordarlo, así que me puse el pijama y nos dimos el culo, y dormimos.
Y aunque hoy me duele
todo el cuerpo. Lo que menos he hecho es estudiar. Aunque ya tengo planeado los
dos siguientes findes donde lo que menos quiero hacer es seguir pensando. Creo
que pasarme la vida enfadada y echando a la gente, esforzarme por ser la bruja
de los cuentos, estar siempre en alerta para iniciar el contraataque, me tiene
agotada. Pero creo que poco a poco en el puzle van encajando las piezas. Él ha
sido el primero, todavía me quedan unos cuantos por buscarles sitio. No sé cómo
voy hacerlo, pero voy a levantarme, de eso no tengo duda.
Belén Triguero Guijarro
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