Ya tiene muchos años
y tal vez no ha cumplido su destino.
Nunca buscó la guerra, pero todas
las batallas más tristes
pasaron por la puerta de su casa.
Casi siempre ha perdido, y cuando los ejércitos
que decían luchar por sus ideas
gozaron la victoria,
comprendió los motivos
de su desconfianza.
Comprendía también que los sueños se pierden
y cambian de finales.
No quiso mendigar
delante del amor o de la muerte,
para que la limosna no manchase su orgullo.
Es el orgullo seco un último refugio
de aquellos que conservan sus razones
después de haber perdido la esperanza.
Cuando sentada en el vagón del metro
llegar a la historia repleta de promesas.
triunfos, medallones y bolsas del mercado,
se suele levantar para dejarle asiento.
Es muy vieja la historia que se viste de joven,
tan vieja como ella,
y ni siquiera sabe dar las gracias.
Educada la mira, se aparta y le murmura
siéntese usted, señora,
yo me bajo en la próxima estación.
Luis García Montero
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