No me diste casi tiempo a barajar y ya te habías convertido en mi carta favorita. Si me daban a elegir, siempre salías tú. Sin trucos. Yo, que fui siempre de sotas, y llegaste tú, tan tres de oros.
Lo que no sabía es que la partida no la íbamos a ganar los dos. No sabía que tu corazón provenía de una relación más dura que una noche en el Bronx. Y cortabas más que el filo de una navaja recién afilada. Como ese mensaje en el contestador que nunca escuchará nadie.
Y me cortaste mucho, a mí, que llegaba con la ilusión de un niño soplando las velas por primera vez. A mí, que me veía agarrado de tu mano en un portal y me importaba una mierda que el mundo siguiera caminando. A mí, que cuando me hablaban de estrellas no pensaba en el cielo ni en hoteles: me quedaba con tus ojos.
Te echo de menos, pero sé que no volverás. Aunque quedamos como amigos. De esos que nadie se cree. De esos que no se vuelven a ver.
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