No tengo nada que escribir.
El día es más humilde que una página en blanco.
Pero la luz de invierno
entra por el balcón y da en los libros
que viven en la casa de Granada.
La luz de invierno llega para dejarme estar,
para que yo me agrupe
como un día de sol en un recuerdo.
Se acaba el año 2009 en esta buena soledad,
en este paso débil de los coches,
en estos libros viejos tantas veces leídos y hace tanto,
en una habitación que no trabaja
y pierde muchas horas
para que yo comprenda
la última verdad de esta butaca y le dé la razón
mientras me lleva de la mano
hasta el lugar donde aprendí a sentir
como la nube rota sobre un muro.
Repito que fue hoy, en esta casa de Granada,
con todo lo que puede mantenerse en su sitio,
la carta con el sello encima de la mesa,
el lector en su rumbo,
la luz en la ladera de los libros,
y las fotografías en su debido tiempo.
Porque un engaño así no tiene gravedad y es un recurso,
porque debemos siempre negociar el pasado,
porque la nieve es uno de los míos,
y se confunde con el sol, y cae,
y borra huellas demasiado precisas
como aliada de la resistencia.
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