martes, 6 de noviembre de 2018

Lo que la piel envuelve

Huesos. Músculos. Órganos. Vísceras. Fibras y fluidos. Unos 5 litros de sangre. Poco más. Y nada menos. Todo eso es lo que la piel envuelve. O mejor dicho, es lo que se puede tocar, pesar, diagnosticar. Porque la piel envuelve muchas más cosas que no se tocan, pero se ven. Cosas que no se miden, pero ahí están.

Para empezar, la piel envuelve la idea de uno mismo. Esa necesaria distancia entre lo que nos hemos dicho que somos y lo que nos han venido diciendo los demás. Una distancia eterna en el caso de quien no tiene amigos y muy corta o casi nula en el caso de quien sí disponga de esos espejos de la verdad.

La piel también envuelve un límite no solo físico, sino también temporal. La necesaria frontera entre el dentro y el fuera, sí. Pero también entre cualquier hecho y tu reacción. Entre el aquí y el ahora. Es la aduana por la que transcurren libremente las cosas que nos agujerean, que nos traspasan. Cosas que, curiosamente, siempre son palabras. Palabras como lo siento. Palabras como te dejo. Palabras como te echo de menos. Palabras como te necesito. Palabras que entran y salen a su antojo cada vez que les da la gana. Palabras que jamás podremos dejar pasar sin declarar. Porque cada vez que las recuperemos, volverán a hacernos bien o volverán a dejarnos fatal. Es el poder de lo atemporal, que tampoco tiene sentido ni orden ni lugar.

Por último, la piel envuelve los dos tesoros más valiosos que tenemos. Dos palabras más. Una es el miedo. La substancia más peligrosa para todos los sueños. Y la otra es la esperanza, de la que está hecha cualquier batalla para hacerlos realidad.
Palabras, matrículas del sentimiento, placas de identificación para todo aquello que nos invade. Por eso escribir es legalizar lo que nos emociona. Darnos licencia para sentir. Hacer que las cosas nos circulen por dentro.

Ojo, que la piel envuelve muchas cosas buenas y alguna no tan buena también. Envuelve prejuicios. Como los que tendrán algunos que jamás te hayan leído. Nada que una buena tarde de lectura no pueda remediar. Envuelve muchas envidias. Como la que sentirá más de uno cuando te lea, lo disfrute y sea incapaz de reconocerlo en sociedad. Y envuelve también algunas críticas que seguramente recibirás por hacer lo que sientes y hacerlo tan de verdad.

Nada de eso debería afectarte. Porque la piel no es impermeable, eso es cierto. Pero al ser un órgano vivo, sabe perfectamente cuándo absorber las letras y cuándo dejarlas resbalar. Y si no sabe, tranquila, que aprenderá.

La piel se te llenará de arrugas. De manchas. De imperfecciones. Y nada ni nadie podrá ni deberá evitarlo. Tu belleza pasará de ser un simple envoltorio a una belleza basada en las cosas que tú dejaste que existieran, todo aquello a lo que tú y nadie más que tú decidiste dar la palabra.

Y este libro será tan solo una muestra más.

Una muestra que, esta sí, quedará.

Risto Mejide


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