Ahora que no nos escucha nadie y no hay miradas cómplices a nuestro alrededor, te presto mi piel. No preguntes cuánto tiempo puedes acariciarla ni si tendrás que devolverla pronto, porque no me gustan las despedidas. Y las despedidas de piel, menos. Te la presto con algunas condiciones. No la arañes. No quiero ver ni un rasguño en ella. Ni un golpe. Ni un grito. Te pido que la escuches y recorras cada esquina de su mundo con ella. Que te metas tan dentro que hasta la confundas con tu piel. Que la mires como si fuera la única vez que pudieras mirarla. Saboréala. Mímala. Pero no la oprimas, no la escondas. No tengas miedo de enseñarla porque es mucho más poderosa de lo que crees. Puede sola con todo, pero solo quiere compartir el camino contigo, compañero de viaje. Dure lo que dure, haz que la piel siempre viva. No dejes que muera, no dejes que se apague. Y cuando veas arrugas y manchas, no la abandones. Ya sabes que lo que importa siempre está debajo de la piel. Por dentro brillará y solo si tú quieres ver esa luz, la verás.
Te presto mi piel.
Ámala.
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