martes, 13 de noviembre de 2018

Martes, 13

No soy supersticiosa, no creo en el horóscopo, no creo en dios, ni en el destino, ni en nada que se escape de la mano del hombre.

Pero hoy... Ha sido un día de mierda. En lo laboral, matador. No existe otra palabra, trabajar prácticamente a la vez, en dos sitios ya es matador. Con niños de 0 a 6 años. Bueno, algo saco de todo esto. El colegio es lo que realmente feliz, haciendo al señor y la señora castaña. Es lo que vivo, la escuela infantil, es bonito para recibir aquellos mimitos que llevo pidiendo esta semana. Ya sabéis cuando una está tontorrona... (¡no hablo sexualmente, malpensados!).

A veces, queremos ser mimadas, porque sí, sin razones. Como veis, hablaría de mi trabajo sin parar. Y no me importa trabajar mil horas si hace falta. Pero hay momentos en los que decir ¡basta! 

No sé por qué escribo esto, hoy no sé escribir, el cansancio debe ser... pero, estoy harta de estudiar y trabajar para no llegar a nada. Me explico, soy lo que quiero ser, sí. Pero mi situación es la misma que cuando tenía 18 años. Me ha tocado vivir una situación muy distinta a las que tienen mis amigas. Trabajando como trabajo no me puedo permitir ninguno de mis sueños. Trabajo siempre para otros, no lo echo en cara, simplemente soy así. Algo quedó de mi educación con las monjas, quien lo necesita tendrá absolutamente todo de mí. Pero, ¿dónde está el límite? Dónde está el punto en el que pasas a ser egoísta y reclamas una pequeña parcela para ti. ¿Es mucho pedir?

Da igual, no me entenderéis pero escribir este texto es para mí, tan importante como cuando escribo al amor o... al desamor, porque tampoco tengo suerte en ello. Al final entras en bucle que no tiene final, das todo, te quedas sin nada, no tienes nada para ti, no tienes nada que ofrecer, nadie te quiere... ni tú misma.

Es posible que mi madre tenga razón. Que ser soñadora, que querer empezar a vivir mi vida sea egoísta... Y luego dirán que el dinero no da la felicidad. A mí me lo daría todo. Os aseguro que si viajar fuera gratis o más barato, muchos no me volverían a ver, pasaría temporadas viviendo y saboreando otras culturas, otros sitios, echando de menos para valorar, pero jamás volvería aquí.

Es un texto sin coherencia, hablo de todo y de nada. No especifico, ni generalizo. Sólo puedo decir para acabar, que la familia es la que te toca, pero no hay por qué soportarla. Hay límites, no sé en dónde ni sé en qué punto. Pero los hay, y algún día los encontraré. Mientras buscaré la felicidad en las pequeñas cosas, en las pequeñas personitas que tengo en mis clases. Cada día tengo más clases y más personitas que me babean dándome un beso. Esa es mi pequeña felicidad.

Patricia Izquierdo Díaz


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