miércoles, 21 de noviembre de 2018

Señal

El otro día abrí un libro. Empecé hojeándolo y acabé subrayando las frases y las palabras que me apuñalaban el corazón. Siempre con lápiz. Me gusta tener el poder de cambiar de opinión, borrar líneas y subrayar las de más abajo. Y luego volver a leer esa página del marcador amarillo y pensar que estaba loca sintiendo aquello que sentía. Qué más da. El caso es que pasando páginas, me tropecé, sin querer, con una arrugada. Una de esas que vienen mal de fábrica, hasta medio borradas y con palabras sombreadas. Y me quedé paralizada en esa página, sin poder pasar. «Llora todo. Y después vuela».

Y empecé a llorar como si alguien me estuviera obligando. Como si Alejandra Remón, autora del libro con el que me tropecé, Cuando nadie me mira, me estuviera obligando a llorar todo desde esas letras desordenadas. Por eso, después de pasar un rato lloriqueando y humedeciendo las páginas del libro, me di cuenta de que hay señales. Hay señales que nos rodean y nos hacen vivir. Algo que aparece en el momento justo y perfecto para que nuestro cuerpo sea todo menos cuerpo. Para que nos convirtamos en lo que hay dentro de nosotros. Sin apariencias ni máscaras. Hay señales que existen para que nos dejemos llevar y lo saquemos todo fuera. Una canción que suena en la radio cuando te has despedido de alguien. El perfume de alguien que pasa por tu lado en otro país a más de 10.000 kilómetros de esa persona. Una palabra que se conecta con un recuerdo. Un gesto, una sonrisa y hasta un sabor.

Hay señales que existen y están esperando el momento justo para invadirnos y dejar que todo fluya. Hay señales que te activan y otras que por fin te despiertan y hacen que le pongas fin a tu dolor.

Pero hay señales tan jodidas que a veces tardan demasiado en llegar. Pero llegarán.

Laura Escanes


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